Venir a decir a estas alturas que Falcao ha estado en un momento complicado es una idiotez: ya todos sabemos que se lesionó, que se perdió el Mundial, que deambuló por equipos europeos hasta volver al Mónaco, donde otra vez terminó fuera de la cancha después de un tramacazo propio de la lucha grecorromana. Lo cierto es que desde mucho antes, exactamente cuando se lastimó la rodilla ad portas del campeonato del mundo, el país entero ha estado volcando su atención hacia él.
Y creo que merece toda la bulla: antes de James, era el futbolista colombiano del momento, el que iba en camino a ser el más grande de la historia de esta Patria Boba. Lo que me gusta de Falcao es que es ese lado cute del deporte, pues no se le ha visto involucrado ni en escándalos, ni en lupanares, ni en ninguno de esos espacios donde nuestros deportistas siempre tienen su segundo hogar.
Falcao es de los pocos futbolistas que no son producto del azar. No en vano sus nombres, Radamel Falcao, todos obedeciendo a la pasión que su papá le transfirió y a ese sueño ancestral de quien labró el camino de su hijo y se atrevió a sugerirle un destino. Esa historia me gusta, porque todo lo que involucre padre e hijo me enternece, me acuerda de Dios, el mismo que Falcao conoce, sigue y demuestra en sus acciones.
Me impacta que después del anuncio de que Falcao se perdería el Mundial, Colombia entera empezó a manifestar su preocupación pero a la vez tranquilidad en que Falcao es un tipo de fe, cristiano, de esos que llaman las cosas que no son como si fueran y viven para contar milagros. Esa es otra historia que me gusta, la de un personaje público que le da la gloria a Dios y reconoce en él a su proveedor y sanador. Eso trae paz, y de entrada me lleva a pensar que es el papayazo para aquellos que generalizan a Dios como tirano castigador, porque será en una situación como esta en la que el cielo brillará y veremos algo espectacular suceder.
En el fondo, pero muy en lo inhóspito de mi amor por el drama, me alegra que todo esto haya pasado, que esa rodilla haya pagado el alto precio de sostener la esperanza de todo un país. Creo que las crisis y los desaciertos siempre tienen una razón, o como dicen las mamás, pasan por algo. No en vano ahora todos hemos recuperado la fe al ver que Falcao ha sido convocado de nuevo a la Selección, y que además ha resucitado como un tigre con cara de ave fénix deportiva y anda de gol en gol, como en los viejos tiempos. Me gusta escuchar a Falcao porque siempre recuerda que su espiritualidad es su asidero, que es justamente lo que necesitamos por estos días invernales donde la gente deambula sin saber en quién o en qué creer.
Nadie se imaginó que todo empezaría con una rodilla. Sí, la misma que lo rezagó es la que nos recuerda que la vida tiene su lado dramatúrgico, y que sin los conflictos propios de lo inesperado sería aburrido existir. Todos tenemos esa rodilla, ese punto débil problemático donde empezó nuestra caída. Lo que nos resta esperar es que así como con Falcao, el curso de las cosas dé su respectivo vuelco y nuestra peor vergüenza se convierte en nuestra mejor victoria. Así opera Dios, y eso me parece curioso de él, que es tan inexplicable que tratar de relatarlo en palabras es complicado. Él es una experiencia de vida en sí mismo, y solo atreviéndose a conocerlo personalmente es que se logra medio darle coherencia; porque eso sí, Dios no tiene lógica ni sentido.