En Colombia nadie está contento con nada. Y no es para culparnos, hemos sido criados desde la comparación y la envidia: especulamos con sorna del vecino que cambió de carro, repartimos codazo limpio cuando algún paisano trata de surgir en la vida, disfrazamos la murmuración en familia de libertad y derecho de opinión.

Somos una tierra de literalidades donde la gente se toma las cosas tan en serio que da físico pavor opinar de lo que sea, porque todo lo que se diga con seguridad será usado en contra. Por ejemplo, de la venida del Papa, evento que mal que bien nos ha afectado a todos de manera católica, entendida esta palabra desde su definición original antes de traducirse al castellano: universal.

Esta idea de que todos tenemos que estar de acuerdo universalmente, nos ha hecho mucho daño, pues nos limita y cohibe de compartir con personas que piensan diferente. Yo no soy católico, pero sagradamente me tomo los 15 festivos religiosos que hay en Colombia. Tampoco voy a misa, pero me sé la canción de La barca, la misma que canté agradeciéndole a Dios cuando confirmaron que el jueves será día cívico y no tendré que salir de casa. No hice la primera comunión ni la confirmación, y la verdad eso no me hace mejor persona, pero celebro y gozo de que una figura tan importante como la del primer Papa latinoamericano pise tierra chibcha, trayendo intenciones de reconciliación y paz.

Francisco, dicho sea de paso, también pondrá al país en el radar mundial. Se espera que la transmisión de televisión tenga entre 160 y 220 millones de televidentes en el mundo durante los días de su visita. En esta era de metadatos, donde los números confirman si el contenido ha de valer la pena o no, el Papa también viene bendecido y afortunado, con pan santo debajo del brazo. Querámoslo o no, la venida de Francisco ha de modificar nuestras rutinas mentales.

El Papa es un negocio, dirán muchos, y claramente las cifras lo respaldan: dicen que Colombia invertirá más de $28 000 millones de pesos en esta gira, que cada minuto de Francisco en Colombia cuesta 10 millones de pesos, que vienen más de 12 000 turistas y eso mejorará el comercio, y así. A mí la verdad no me afecta, o digamos que sí, en parte me trae alegría porque pienso en aquellos a quienes la venida del Papa les significa una emoción especial y me gozo por ellos, porque todos tenemos derecho a estar cerca de quienes admiramos.

Me cae bien Francisco, y fue así desde que supe que era hincha de San Lorenzo y que además paga religiosamente su cuota de socio. Me hacía falta ver un líder católico que, a diferencia de los curas del colegio donde estudié, se mostrara como un ser humano, alguien que desde su imperfección accede a Dios con humildad, pero debo decir que admiré a Jorge Mario Bergoglio cuando dijo que esperaba una Iglesia que sale a la calle y se defiende de la comodidad y de estar encerrados en sí mismos, ideas que para mí, revelan un corazón sensato con la espiritualidad cristiana.

Estamos acostumbrados a que el ejercicio espiritual se resuma en acciones tediosas, lúgubres y ceremoniales. De ahí que en Semana Santa nos enseñen a ‘respetar’ las cosas de un Dios al que nos aproximamos desde el temor al castigo y no desde el amor por descubrirlo. Eso se parece más a lo que creo y pienso de Dios, y creo que como sujetos de esta era necesitamos respuestas espirituales, las cuales este sistema religioso no ha sabido darnos.

Deberíamos deleitarnos, creamos en Dios o no, en que el máximo líder de una de las iglesias más poderosas del planeta, el mismo que alguna vez dijo que la muerte de Jesús en la cruz es un santo escándalo, venga a trancarnos el tráfico y a cambiarnos la programación de los canales nacionales. Un Papa que entendió que Dios es, permanece, pero las maneras se van adaptando de conformidad a la sociedad. El Papa se entiende con Darwin, el mismo que condenó el cristianismo pero tenía su punto con los organismos vivos, lo cual aplica en las religiones: las espiritualidades que no se adaptan, están destinadas a morir.

 

LUIS CARLOS ÁVILA R

@benditoavila