Todo aquel que conversa conmigo siempre termina enterándose que inicié mi vida profesional en RCN Televisión. En cualquier entrevista de trabajo, charla de cafetería o chat de WhatsApp termino presumiendo de mis 4 años en el canal, que en últimas son mis 6 semestres de finanzas en la San Marino. Fue hace bastante tiempo, por allá en mis 22, cuando con el carné al cuello, que no es nada más que el grillete del oficinista, me enfrenté a la titánica tarea de contribuir escribiendo, o escribir contribuyendo, al que fuera uno de los canales más queridos por el país.
En mi paso por RCN aprendí del oficio televisivo en todas sus etapas: escribí proyectos y diseñé contenidos, aprendí de producción saliendo a campo, me enclaustré en salas de edición y me impresioné al conocer de estrategias de programación, palpando de cerca el know-how de la compañía. Uno creería que en eso solamente está la ganancia para alguien que se prepara para ser showrunner, pero en mi caso, le sumo el tremendo talento humano con el que trabajé. Conocí gente brillante, amable y maravillosa, en órden conmutativo, porque allá el talento y la bondad iban de la mano, del mismo modo y en el sentido contrario.
Dejé de ver a ese mismo personal estupendo cuando me fui del país a estudiar, renunciando parcialmente a aquella Meca del entretenimiento. Al regresar me encontré con una versión más salvaje que la de Los Ángeles de Blade Runner: no solamente quien había sido mi jefe se había ido, sino que el rating estaba por el suelo y peor aún, el país parecía disfrutar la debacle. El RCN de antaño, el mismo que con todo el reconocimiento y prestigio posibles representaba globalmente a Colombia desde sus producciones locales, ahora es percibido con negatividad. Se transformó en una marca agobiante y desvalorizada que muchos abominan y muy pocos respetan.
Y sí, se perdió el respeto. Se perdió cuando a los televidentes fieles se les cambiaron sus horarios, emitiendo los productos a distintos momentos y recortando a la topa tolondra. Las audiencias son de rutinas, costumbres y hábitos, y establecen una relación casi matrimonial con el canal. Y como en toda relación, cuando se siente que una de las partes no cumple con su palabra, se complican las cosas. Se perdió también cuando a pesar de las quejas de los televidentes, indignados ante esta modalidad de infidelidad de su cadena amada, se hizo caso omiso y se siguió por la misma terca senda.
Se perdió el respeto cuando la línea editorial del noticiero devoró completamente la marca y la reputación de todo el canal. Este tema es inevitable, y aunque todos conocemos a los responsables de ese estilo belicoso, alarmista y bombardero que además se transformó en la bocina del miedo, del «nos vamos a volver Venezuela», del Innombrable, pareciera que nada va a pasar. Da tristeza que esa forma particular de periodismo, que va más allá de lo informativo y que incluso se recortó a media hora, condense en ese mismo tiempo tantos deseos de venganza disfrazada de justicia, tanta rabia por quien piensa diferente, por el #TeamTibios.
Pero también se perdió el respeto cuando se permitió que la reputación del canal se asociara a figuras que nos generan rechazo, todas caraterizadas por sus discursos prepotentes y tan aferradas al poder que al resto de los mortales nos da la sensación de que ser lambón y perro viejo paga más que luchar por abrirse camino a punta de talento. No me interesa dar nombres, porque insisto, ya todos conocemos a los culpables, pero sí pareciera que se necesita no solamente un cambio de fondo, sino también unas buenas reformas de fachada y forma.
Duele el panorama actual de RCN. Y nos duele más a quienes tuvimos la fortuna y la bendición de pasar por un departamento creativo prometedor, tan lleno de criterio en productos y tan robusto en propuestas para la televisión del futuro. Duele ver la desbandada de profesionales que llegan remando a otras orillas buscando una nueva tabla de salvación. Duele la polarización que genera el canal entre la gente, porque si uno no lo ama tiene que odiarlo. Duele pensar que nada cambiará porque para los dueños del letrero parece que esta es una finca más.
Duele la rabia tuitera y de la opinión pública, que en su deseo de ver el mundo arder solamente esperan que el canal se convierta en otro outlet de Las Américas, olvidando que cuando un medio de comunicación se hunde se lleva consigo a cientos de familias que dependen de él, sepultando también una importante oportunidad laboral en este ya menguado mercado.
Me duele en lo personal, y como tengo todavía muchos amigos dentro y fuera del canal que seguramente lo quieren tanto o más que yo, saco esta entrada con algo de vergüenza, pero con mucha gratitud y respeto, esperando que nadie lo tome personalmente. Si por publicarla se me daña el caminado, asumo las consecuencias. Igual, no tengo la solución, y si la tuviera tampoco la publicaría en un blog. Más bien la vendería y sería mi manera de volver a la que siempre será mi casa.
LUIS CARLOS ÁVILA R
@benditoavila