Colombia convulsiona y yo solo pienso qué puedo hacer o decir. Por un lado, llegué a ese momentum oficinista y personal donde debo permanentemente aclarar que mis opiniones no representan al lugar donde trabajo, ni a la iglesia en la que me congrego, o a la familia de la que provengo. Pienso diferente y ese es mi peor pecado. O peor, pienso, y ya por eso me condeno.

Ya he manifestado anteriormente que aunque soy cristiano no compagino con ciertas maneras de proceder de la religión organizada. Procuro vivir un cristianismo lejos de sentirme moralmente superior, condenar a quienes no piensan como yo, e incluso, difiero de esa colonización y sometimiento a los demás disfrazada de evangelismo de fuego.

Pero lo que más me aterra es asumir como verdad el cristianismo de miedo, esa tendencia algo cobarde de sentirse amenazado por el mundo, el ‘rayo homosexualizador’, Satanás, o lo que sea y cuando sea. La Biblia dice que el amor de Dios echa fuera el temor, y en ese orden de ideas, quienes decimos seguir las pisadas del Maestro deberíamos destacar por ser los menos asustadizos. Ser cristiano es la mejor muestra de valentía, facultad del Cristo que puso los pies sobre la tierra.

Colombia necesita a ese Jesús real que, tristemente, los cristianos no hemos sabido representar a conformidad. Basta con ver la historia reciente: fuimos los cristianos quienes en primera medida nos opusimos al acuerdo de paz, marchamos contra las cartillas de la denominada ideología de género y recientemente los mismos que, tras fracasar en el intento de poner por alcalde al que desde mi punto de vista era el menos conveniente de los candidatos -porque además tenía el peor de los apoyos, claro está-, nos rasgamos las vestiduras ante la “inminente” transformación de Bogotá en la nueva Sodoma. Todo por miedo.

Por miedo y por ignorancia, porque el fanatismo tiene su caldo de cultivo en la desinformación. El que no conoce la verdad, dice la Biblia, no es libre. Y en la fe pasa algo similar: desconocer a Dios es asumir el mundo desde la ignorancia y el engaño, nunca desde la libertad. El miedo paraliza, nubla la razón e impide que se tomen decisiones sabias. El miedo se parece al odio, porque deslegitima todo discurso de verdad y se fundamenta en la mentira que controla.

Aquí nos pasa cuando rumores cargados de miedo sostienen que la protesta es una amenaza para el país. En mi caso, yo apoyo el paro, y aplaudo que el 21 marchemos pacíficamente quienes lo consideremos necesario. También valoro que el 21 se abstenga quien lo considere. Pero defiendo a capa y espada el respeto por la diferencia que procede de un panorama de claridad, de criterios que superan el legalismo y entienden que, como dice el blog Teología Cotidiana, “el cristianismo no sirve de nada a menos que se encarne en el mundo real y haga una reflexión teológica útil para la vida cotidiana de las personas en sus necesidades esenciales”.

Rompo mi silencio en estos temas porque me llena de ira que nos quieran, los de ambos extremos, llenar de pánico para así hacernos altamente controlables. Entre terror y terror nos iremos convirtiendo en eso que tanto queremos evitar. La labor de quienes nos denominamos hijos de Dios recae en contribuir para que vivamos en una sociedad donde el evangelio se hace carne y se manifiesta en la claridad informativa, la verdad y el amor, el mismo que Jesús ha tenido por nosotros y que, al llenarnos, no permite que se nos nuble la empatía.

Ilustración: @NicolasAchury2 (Gracias a Nicolás por la imagen).

Luis Carlos Ávila R.