En esta era, donde la pereza digital predomina y nos hace pensar que leyendo el titular nos estamos enterando de todo, cualquier clic y acceso a una entrada de blog se agradece. Gracias por vencer la barrera del título y pasar de estas dos líneas que no dicen nada, solo me sirven de pretexto para entrar en cintura a hablar de Parásito, la película de Bong Joon-Ho, que en mi concepto es una genialidad completa.
No pretendo convencer a nadie de verla, ni tampoco vengo a analizarla. Primero, porque como buen parásito que soy, me da pereza ponerme a invertirle tiempo y esfuerzo a convencer a la gente de algo. Creo que el libre albedrío es lo que nos hace mejores, y esa libertad nos permite escoger entre cosas maravillosas que valen la pena y Star Wars: The Rise of Skywalker que, como dije en su momento, me desilusionó por completo.
Lo que me parece potente y lo que más que marcó de Parásito es cuando el hijo, después del desastre natural y personal en el que andan, le pregunta al padre por el paso a seguir, por el plan que tiene. El señor Kim, tan coreano como colombiano, tan local como universal, acostado en una colchoneta de caridad y con el brazo sobre la frente le dice que no tiene plan, que «no tiene sentido planear nada, porque la vida jamás respeta esos planes». Yo no sé si es la vagancia de enero, el momento de vida en el que estoy, o ver tanto BoJack Horseman, pero cada vez más le encuentro sentido a esa frase, a esa necesidad de habitar en la incertidumbre del no-plan sin tenerle miedo.
Desde que tengo conciencia de individuo, que en mi caso fue como a los 9 años, suelo escribir —sagradamente— los denominados ‘Propósitos de año nuevo’. Confieso que ese ejercicio empezó temprano en mi vida por culpa de la revista Dini, la cual tenía un inciso en el que nos pedía a los niños que soñáramos con lo que queríamos, fuera juguetes o pasar matemáticas sin habilitar.
Ha pasado mucha agua debajo del puente, pero tomé el hábito y lo adapté a mi adolescencia y juventud. Ahora que lo pienso, qué cosa extraña eso de ser joven y tener tanta estructuración mental, como si el método fuera el único camino al resultado. De esa rigurosidad puedo rescatar que me trazó metas que cumplí, me formó como estratega de la vida y planner de la existencia, pero no me enseñó que en todo plan debe haber un porcentaje caótico, un margen de error, un «Dios sabe cómo hace sus cosas».
Este 2020 lo quiero llevar a un nivel ‘sayayín fase tres’, y es ¿Qué pasaría si tengo pocos planes, casi nulos? Por estos días me parece más sensato planear menos, para dejarme sorprender más. Ahora que lo pienso, así fue que llegaron las mejores cosas de mi vida: mi esposa, mi relación con Dios, mi trabajo e incluso los viajes más memorables que he tenido.
No sé si lo que hace falta para avanzar en la vida es dejarse llevar un poco más, haciendo paradas en el periplo sin miedo a salir del cronograma, en parte porque no existe. En últimas, el paso de los días nos ha de llevar hacia lo que más nos conviene. Como en Parásito, necesitamos dejar de pensar que somos los únicos protagonistas de nuestra existencia, y aprender a convivir sanamente con la idea de que hay cosas que jamás seremos ni alcanzaremos, y está bien que así sea.