Además del Movimiento de Empresas IN, que busca reconocer a las empresas que resuelven desafíos sociales como parte integral de su modelo de negocio, desde la Fundación de la ANDI queremos consolidar una comunidad de Personas IN; es decir, de individuos que viven la cultura de la inclusión y trabajan por esta desde su cotidianidad.
El primer paso para iniciar el proceso de certificación como Persona IN es asistir a un encuentro de Vamos Colombia, iniciativa en la que voluntarios de empresas, comunidad, Ejército y personas en proceso de reintegración, trabajaron hombro a hombro para construir por encima de las diferencias.
Tras el Vamos Guajira, que realizamos en Uribia, 22 personas nos enviaron su testimonio. Compartimos aquí tres narraciones (texto, audio y video), para que sirvan de inspiración para que otros voluntarios se sumen a nuestro movimiento. Agradecemos a cada una de las personas que enviaron su testimonio, no solo por documentar su experiencia; si no también por participar del programa.
VAMOS GUAJIRA
Por: Juliana Toro Henao, voluntaria Argos
Vamos Guajira es una experiencia memorable desde muchos puntos de vista: desde el conocer nuevas culturas, nuevos territorios y dejar que sus enseñanzas nos marquen; hasta el simple hecho de poder compartir y dejarse sorprender por las historias cotidianas de personas que, al igual que yo, eran voluntarias.
En particular para mí, volver a La Guajira significaba recordar paisajes y acercarme a algo que siempre ha sido un interés académico: los pueblos indígenas. Desde que estuve en la universidad de interesó conocer sobre los derechos de las minorías, la consulta previa y los planes de vida que se tienen desde el multiculturalismo. Esta fue la razón por la que pensé que ‘Vamos Guajira’ iba a ser una reconexión con todos estos intereses que persisten, pero que ya no hacen parte de mi vida cotidiana.
Sin embargo, en mi caso, no hubo mayor interacción con el pueblo Wayuu, lo que no significó que no pudiera deleitarme con el ser guajiro y el ser Wayuu.
Probablemente muchos de los asistentes escribirán grandes historias de la interacción que tuvieron con la comunidad. Yo quisiera detenerme en compartir brevemente la historia de tres seres increíbles que me acompañaron como voluntaria y que, a mi juicio, tienen historias que vale la pena contar:
Luis Felipe:
A Luis lo conocí en el internado de Maleywamana, en el momento en que nos distribuimos en cuartetos para pintar los salones. Ahí quedamos Leidy, Rosa, Luis y yo. Desde el primer momento Luis tomó el liderazgo, pues nosotras la verdad no sabíamos muy bien qué estábamos haciendo. Él nos puso a limpiar, lijar y organizar las paredes para la pintura.
Algo que noté era que cuando los niños pasaban, Luis les hablaba en wayuunaiki, lo cual es relevante porque los niños, ante la desconfianza que les generaba la presencia de tantos forasteros, se sentían en confianza con Luis -se reían de lo que fuera que él les dijera- e inmediatamente empezaban a ayudarnos.
Para mí era intuitivo, Luis trabaja en proyectos productivos del Cerrejón, entonces había dos opciones: o era guajiro, o por su trabajo aprendió a hablar wayuunaiki. Al preguntarle de dónde era, me dijo que de Bolívar. “¿Y entonces cómo aprendiste a hablar wayuunaiki?”, le pregunté. Me contó que es un asunto que va más allá de hablar la lengua; que es una cuestión de sensibilidad con el indígena y su cultura, y que él lo aprendió desde niño porque es indígena Zenú.
Ahí todo tuvo sentido, los Zenú fueron uno de los pueblos indígenas que perdieron su lengua ante la llegada de los españoles y perder la lengua es perder parte de la historia. Quisiera pensar que eso es lo que busca Luis hablando wayuunaiki; cuidar la historia de los suyos.
Laura Castaño, ‘la que sonríe todo el año’:
A Laura también la conocí en Maleiwmana. En un momento en el que me le pude volar a Luis, me senté en una esquinita y ahí se sentó Laura con su camisa roja de Florhuila. Ella estaba conversando con una amiga que le iba a llevar unas cosas hasta la terminal de transportes.
Laura hablaba un costeño marcado y a pesar de no ser de La Guajira, sí es de ascendencia Wayuu. Su abuela fue palabrera, seguramente de un carácter muy fuerte, como el de la misma Laura, quien a sus 23 años me decía que hay que vivir sin apego y que no tiene sentido llorar por un hombre.
Me contó, además, que aún tiene tíos que viven en rancherías de la Alta Guajira donde, como en la época de su abuela, la dote del matrimonio se cuenta en chivos. Afortunadamente tengo la certeza de que Laura no se va a casar con alguien que no quiera, ni por todos los chivos del mundo.
Kira:
Con un acento español muy marcado, Kira no soltó el azadón durante todo el sábado que estuvimos trabajando en el sembrado de la institución educativa Camino Verde. Mientras todos parábamos a tomar agua, a sentarnos e, incluso, a dar una vuelta para descansar, Kira seguía moviendo tierra. Y sí se le veía el cansancio, pero sobre todo se le veía la actitud de seguir hasta terminar lo que habíamos empezado.
Ese día la busqué, la abracé y le agradecí por haberme inspirado a seguir echando pala pese a que sentía que mis brazos se iban a caer. Le agradecí porque a pesar de que este no es su país, le metió más fuerza y entusiasmo que todos. Ella me dijo que la tierra era de todos y que La Guajira también es su tierra.
Hildaura Velandia, voluntaria de Claro.
Tomás Giraldo, estudiante Universidad de los Andes y voluntario de Enel.
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