Por estos días se insiste en las provocaciones de Corea del Norte a la comunidad internacional. No obstante, se omite que esa misma sociedad ha desafiado al régimen de Pyongyang. La postura de Kim Jung Un no puede justificarse fácilmente, pero no por ello, se puede hacer abstracción de errores crasos cometidos por Estados Unidos, Japón y Corea del Sur al respecto.
A finales de los noventa y mostrando una capacidad efectiva de gestión de crisis, el gobierno de Bill Clinton abrió una ventana de oportunidades con Corea del Norte en un intercambio de alimentos y capacidades para la producción energética desde Washington, por la renuncia a la idea de dotarse del arma nuclear por parte de Pyongyang. Aunque los avances eran notorios, la llegada de George W. Bush fue desastrosa en cuanto a la armonización de relaciones entre ambos. La inclusión de este país en el denominado «eje del mal» y la condición sine qua non y absurda de un cambio de régimen en Corea del Norte para negociar por parte de Bush, pusieron fin a años de avances inestimables logrados por la administración demócrata.
Paralelamente, las intervenciones en Afganistán e Irak crearon la idea en Corea del Norte de una comunidad internacional cada vez más hostil a estados disidentes del orden impuesto o promovido desde Occidente. Para apelar a la objetividad: en ese entonces Corea del Norte tenía razones de peso para temer por una intervención militar estadounidense.
En Corea del Sur y en Japón la situación confirmaba dicha hostilidad. En Seúl el abandono de la sunshine policy, política de acercamiento a Corea del Norte que le valió al presidente surcoreano Kim Dae-jung el nobel de paz, fue abandonada por su predecesor Lee Myung-bak. La investidura en 2013 de la ultraconservadora Park Geun-hye reafirma dicho viraje a favor del nacionalismo. En Tokio, la salida del moderado Yoishiko Noda amigo de una paz duradera con China y las dos Coreas, y el arribo de Shinzo Abe como premier hacen pensar con fundamentos, que Japón pone en entredicho la vocación pacífica de la que se dotó luego de la Segunda Guerra Mundial.
Ambas tendencias, tanto la surcoreana como la japonesa, revelan el nacionalismo que gana terreno y que exacerba la paranoia del régimen norcoreano, sin que ello signifique una justificación a la conducta reciente de Kim Jung Un.
En consecuencia, la única amenaza para la región del noreste asiático no la constituye el régimen de Pyongyang. Se debe recordar lo ocurrido en los últimos años en la zona, así como los errores inexcusables de la administración Bush que por estos días ganan visibilidad. La causa a la crisis al igual que su salida depende del mismo esquema, uno de corte multilateral y regional. Sin el compromiso de China, Rusia Japón y Corea del Sur difícilmente se puede promover un ambiente estable de largo aliento.
Abordar el tema desde la óptica maniquea solo puede acarrear consecuencias lamentables.