Esta semana se conoció la lista oficial de candidatos para las elecciones presidenciales en Irán. Como hecho particular se destaca la exclusión de dos candidatos con posibilidades reales de llegar, pero distanciados del líder supremo Ali Khameini. Se trata del protegido del actual presidente Ahmadinejad, Esfandiar Rahim Mashaie y del ex-presidente Alí Akbar Hachemi Rafsanjani.
En Irán, a pesar de que el presidente es elegido por sufragio universal, existe un Consejo de Guardianes de la Constitución encargado de seleccionar, de acuerdo a varios criterios, a quienes ejercerán como candidatos oficiales. De esta forma, el sistema trata de proteger los valores fundaciones de la Revolución Iraní ligados estrechamente con el Islam y en los últimos años, al conservatismo. A su vez, es una forma de evidenciar el poder del líder espiritual o Guía Supremo, del Ayatola Khameini.
La supresión de esas dos candidaturas altera los pronósticos de los resultados, pues el debate que hasta ahora había primado, versaba sobre la rivalidad entre dos corrientes. Una conservadora y populista asociada a Mashaie, sucesor natural de las ideas de Ahmadinejad, y otra moderada y reformadora encabezada por Rafsanjani.
Con este panorama, aparecen como conservadores Sail Jalili, Ali Akbar Velayati, Mohsen Rezai y Mohammad Gharazi. Y como reformistas, Hassan Rohani y Mohammad Reza Aref. Es evidente que la idea es continuar con el conservatismo lo que se puede comprobar en la correlación de fuerzas entre las dos corrientes, a propósito de los candidatos.
Desde ya, algunos critican la preselección porque consideran que el líder supremo está garantizando el curso de la elección. Una verdad a medias, si se tiene en cuenta que precisamente Mahmmoud Ahmadinejad, llegó a la presidencia contra todo pronóstico en 2005, a pesar de no ser uno de los protegidos del guía espiritual.
Sin lugar a dudas, esta elección marca el final de una era en Irán. Los dos mandatos consecutivos de Ahmadinejad, serán recordados por sus polémicas constantes y su retórica desafiante a occidente. El actual presidente, puso a Irán en el centro de la agenda internacional por el programa nuclear y evidenció las limitaciones del Tratado de no Proliferación Nuclear (TNP). Ni Estados Unidos ni Europa han logrado hacer entender cómo mientras a Irán se le sanciona por la vía del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como parte del TNP por su programa nuclear civil, a naciones como Israel, India y Pakistán ni siquiera se les presiona, y están por fuera de toda legalidad al no ser parte de dicho tratado. Valga decirlo, Ahmadinejad evidenció una contradicción insalvable respecto del discurso frente a la lucha contra la proliferación nuclear.
Paralelamente, acercó a Irán a algunas naciones de América Latina, particularmente a Brasil y a Venezuela demostrando que en Teherán se contempla una proyección que no se agota en lo regional. En el plano global, sus propuestas por reformar el sistema de Naciones Unidas, fueron eclipsadas por el revisionismo frente a la tragedia del pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial.
Más allá del resultado de las elecciones del 14 de junio de este año, Ahmadinejad deja un Irán criticado en el exterior y con debilidades internas por la crisis económica, que las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad ha precipitado. No obstante, se legado demostró la complejidad del sistema político iraní y la forma como la agenda global está cambiando. Se quiera o no, Irán se está consolidando como un polo de poder alternativo. Ahmadinejad es una prueba de ello.