La semana anterior, el ministro israelí de industria, comercio y trabajo hizo una explosiva declaración que muestra hasta qué punto, aún subsisten sectores radicales que pueden poner en riesgo los acercamientos de paz entre palestinos e israelíes. Se trata de Naftali Bennett miembro del partido «Hogar Judío» y quien a propósito del del trato que deben recibir los terroristas, no encontró ningún inconveniente en afirmar: «He matado a muchos árabes en mi vida, y no hay problema con eso».
El ministro Bennett hizo las afirmaciones en medio de un fuerte debate por la liberación de un centenar de palestinos por autoridades de Tel Aviv, en un gesto que pretende crear un ambiente de confianza para relanzar el proceso de paz en Medio Oriente. Lo que el ministro pretendía con esta declaración era expresar su inconformidad con esta medida, y dejar en claro que «cuando se arrestaba a un terrorista, el deber era simplemente aniquilarlo».
La declaración causó inconformismo en el mundo y por supuesto en la región. Sorprende que la mayoría de medios colombianos decidió ignorar la noticia, cuya relevancia se explica por la necesidad de no permitir que prosperen semejantes despropósitos. El hecho recuerda que hasta hace relativamente poco tiempo, Avigdor Lieberman, político que profesa odio contra la población árabe, se desempeñó como ministro de relaciones exteriores de Israel. Alguna vez tildó a miembros árabes del parlamento israelí (Knesset) que se reunieron con representantes de Hamas para negociar como «colaboradores del terrorismo», e incluso propuso su ejecución.
Extraña que hasta el momento la comunidad internacional no haya pedido la salida de Bennett, y el hecho pone en evidencia la condescendencia que reina en el mundo frente a ataques racistas en contra de la población árabe. Es probable que buena parte de los Estados consideren estas declaraciones como comprensibles, en toda la injustificable paranoia respecto del mundo árabe, en la desastrosa guerra global contra el terrorismo.
A finales de la década de los 90, Jörg Haider, político austríaco (facellido hace unos años en un accidente automovilístico) se hizo famoso por sus declaraciones apologéticas al nazismo. Su gobierno duró muy poco, en buena medida por la presión de Europa, que no estuvo dispuesta a ceder en consensos históricos, que han buscado protegerla del odio que tanto daño le ha hecho.
Extraña que las voces para sancionar a Bennett o por lo menos para obligar a su renuncia sean tan pocas, y que el caso no haya despertado ningún interés, más allá de aquellas organizaciones que promueven la paz en Medio Oriente. La incitación al odio es una práctica proscrita con justa causa, que causó en su momento la muerte de millones de judíos inocentes durante la Segunda Guerra Mundial. En honor de esas víctimas y de tantas como las de Armenia, Srebrenica y Ruanda, entre otras, debe darse una condena al unísono de las declaraciones absurdas del ministro israelí. Sin ello, la idea de paz entre Israel y Palestina es inalcanzable.