El régimen teocrático lo había buscado desde hacía varios años: desmantelar el sistema de sanciones económicas que han ahogado a Irán, desde el ascenso de la Revolución Islámica cuando el mundo occidental liderado por Estados Unidos condeno a Teherán a un aislamiento forzado. Aunque, el avance es modesto pues las sanciones prevalecen, la flexibilización de las mismas sugiere que el camino para su desmonte ha comenzado.

Desde hace varios años, Irán se mostraba como un actor importante en la región. Para la reconstrucción de Irak, donde ejerce una influencia notoria  en la población chií que es mayoritaria, o la de Afganistán en donde había buscado la caída de los talibanes que habían sometido a la fuerza a la población chií de ese Estado. Y por supuesto, para combatir la proliferación nuclear horizontal (aquella en la que naciones que no disponen de armas nucleares se doten de ellas) Teherán goza de un margen de acción importante, y que sin embargo, no ha sido explotado hasta el momento por su proscripción del sistema internacional. Las confusiones y el desconocimiento de la realidad iraní en el mundo llevaron a que el régimen fuera sancionado por pruebas nucleares con fines civiles, mientras que naciones como India, Israel o Pakistán tuvieran ojivas nucleares y no enfrentasen un destino similar.

Ahora el panorama para Irán es distinto. La crisis en Siria le ha devuelto el protagonismo regional, y su involucramiento a favor de la causa palestina le ha valido el reconocimiento del mundo musulmán decepcionado por los fracasos de los árabes para solucionar ese tema. Lo anterior ha cambiado la imagen de Irán en Oriente Medio, y le ha otorgado una visibilidad que le urgía. Ahora bien, el universo árabe – musulmán mayoritariamente sunní, ve con inquietud este avance y desconfía de un liderazgo que provenga del denominado régimen de los Ayatola. A esto es necesario añadir un insumo interno que ha confirmado a Irán como un actor poderoso en la escena regional y global: la llegada de Hassan Rohani a la presidencia, ha significado una oxigenación de la dirección iraní y ha comprobado una capacidad de cambio que pocos advertían en un sistema político considerado como rígido.

Israel que había denunciado con vehemencia los propósitos militares detrás del programa nuclear iraní, pierde influencia y sus argumentos se ven debilitados. Desde hace varios años, resultaba contradictorio que un Estado con una ambición nuclear con fines miiltares firmara y ratificara el Tratado de no Proliferación. Hubiese sido más fácil para llegar a ese propósito, retirarse de tal convención internacional y evitar el escrutinio que desde ahora Irán ha decidido aceptar.

Estados Unidos sabe de antemano que necesito de Irán para rescatar algo de su imagen en el Medio Oriente, zona donde los fracasos de Washington abundan en los últimos años. De allí, que haya sido Barack Obama el impulsor por parte de Occidente del acuerdo con Irán, por encima de Francia y Reino Unido.  Con este acuerdo se inaugura un nueva capítulo en la región, y el mundo observa que el llamado Diálogo de Civilizaciones del que tanto haló el expresidente iraní Mohammad Khatami no es un imposible. Aunque la posibilidad de dicha realidad sigue siendo lejana, la postura iraní abre el espacio para el optimismo.