Una nueva tragedia sacude al continente africano. Esta vez se trata de Sudán del Sur, el miembro más joven de Naciones Unidas y que fue acogido por la comunidad internacional, luego de un largo proceso hacia la independencia.

La historia de Sudán del Sur, está plagada de dolor. Desde la independencia de Sudán en 1956, se libró una guerra civil entre el norte y el sur que fue superada a comienzos de este siglo, y que abrió la posibilidad para que el Sur, mayoritariamente negro y cristiano-animista se convirtiera en Estado independiente del norte, en el que prevalecen los árabes y la religión mayoritaria es el Islam.

En 2004, y en pleno proceso de reconciliación entre norte y sur, algunas ONG promotoras de los derechos humanos, Naciones Unidas y Estados Unidos denunciaron la crisis humanitaria que vivía Darfur, al oeste de Sudán en la frontera con Tchad. Allí  millones intentaban huir de una ofensiva implacable ordenada por Omar al Bachir, presidente sudanés contra el secesionismo de una zona en la que convergen diversos intereses.  Incluso, para ese momento tanto George W. Bush como Colin Powell, calificaron la situación de genocidio, eso si, sin que hubiese habido la menor posibilidad de intervención como ocurrió con Afganistán, Irak, Siria y Libia. Un absurdo que aún pocos entienden.

Esta vez, la violencia que golpea a Sudán del Sur, está ligada a un intento de golpe de Estado en contra del presidente de esa joven nación, Salva Kiir y que habría sido orquestado  por el exvicepresidente Riek Machar. Valga la siguiente aclaración: el actual presidente hace parte del grupo dinka, el más numeroso, seguido por los nuer del que hace parte Machar. Los rebeldes se niegan a reconocer al presidente Kiir, y el ex vicepresidente sería clave para apoyar a los rebeldes. La violencia ha llegado a tal grado, que hasta el momento los muertos se calculan en 500, y los desplazados podrían llegar a los 12 000.

Sudán del Sur es un testimonio fiel de la premura que ha prevalecido para el surgimiento de Estados, que aunque plagados de debilidades, reciben el respaldo de la comunidad internacional con la esperanza vana de que con la independencia se resuelvan problemas estructurales, que incluso pueden poner en riesgo su supervivencia. Sin embargo, uno de los problemas reside en que el afán para apoyar el proceso de independencia, contrasta con el abandono posterior por parte de la comunidad internacional a estos Estados. Premisa válida tanto para el caso de Sudan del Sur como para Kosovo, dos recientes independencias en las que no se tuvieron en cuenta los intereses de algunas comunidades minoritarias dentro de las nacientes entidades.  

Mientras que la posibilidad de que Palestina, la República Árabe Saharaui Democrática y Kurdistán, entre otros, se conviertan en Estados es cada vez más remota, queda en evidencia que urgen reglas claras para el reconocimiento de nuevas entidades, por encima de los intereses de las grandes potencias.

Sudán del Sur hoy sufre un situación de preguerra civil que se explica en buena medida por las debilidades estatales con las que surgió. Sin reglas claras para la creación de Estados, es probable que aquellos de creación más reciente, tengan una altísima probabilidad de convertirse en fallidos.  Ésa es la cruda realidad de la población sursudanesa.