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Parece irreal como injustificable que en pleno siglo XXI, cuando tanto se ha insistido en la defensa de los Derechos Humanos y de las libertades individuales, un gobierno como el del General Abdel Fatah Al Sissi pueda darse el lujo de incurrir en semejantes excesos. La nueva víctima de la dictadura militar es un joven campesino de 31 años, Omar Abdul Maged, que por burlarse del citado general fue condenado a un año de prisión. El delito del agricultor consistió en vestir su mula con un quepis militar, jugando con el doble sentido de la palabra “sissi” que significa mula. El hecho no pasó desapercibido para los habitantes al norte de Egipto, y algunos decidieron denunciarlo con la Policía.
Por estos días, la sociedad egipcia enfrenta unos niveles de represión que recuerdan los peores momentos de las dictaduras más crueles que proliferaron en el mundo durante la Guerra Fría. La condena a muerte de más de 500 militantes de la Hermandad Musulmana, es una prueba irrefutable de la vocación represiva del gobierno que maneja los destinos de millones de egipcios.
Entretanto, la comunidad internacional ha hecho muy poco por presionar una transición en Egipto. La mayoría de denuncias provienen de Organizaciones No Gubernamentales que critican vehementemente decisiones judiciales inspiradas en lo político. La pena de muerte para cientos de egipcios no debería ser ignorada por un conjunto de naciones que en el último tiempo, han intervenido en situaciones donde los Estados arremeten contra su población. ¿No fue esa la justificación para incursionar en Libia hace unos años?
Algunos informes de prensa registran el desastre evidente en que han convertido al sistema político egipcio, un grupo de militares al mando del General Al Sissi y que no han encontrado en el vecindario o en la comunidad internacional, señales para recular o al menos ceder el poder. Es más, con miras a las elecciones del 26 y 27 de mayo del presente año, los pronósticos se elaboran con facilidad. A menos de dos meses de las elecciones, Al Sissi solo tiene un contendor, Hamdine Sabahi, de orientación nasserista, y quien tiene remotas posibilidades para desafiar al General.
La situación en Egipto no sólo es deplorable porque demuestra el fracaso de la democratización del Medio Oriente promovida desde algunas naciones occidentales, sino que es un fiel testimonio de la forma como los Derechos Humanos pueden ser burlados, y aún no existen mecanismos para acudir en su defensa. La condena contra Omar Abdul Maged recuerda los abusos absurdos y paranóicos de regímenes o fustigados o apoyados por Occidente sin la menor dosis de coherencia ideológica. El pueblo egipcio espera impaciente por mayores muestras de solidaridad.