No resulta extraño que el tema de la negociación de paz con las FARC, concentre el interés de la mayoría de los candidatos a la presidencia. Pero tampoco resulta justificable, que haya tan pocos anuncios sobre la política exterior, cuando el peso de esa cartera se ha incrementado desde hace por lo menos 20 años, y en momentos en que urge un debate sobre el rumbo de la diplomacia colombiana.

Estas elecciones han sido aburridas como lo ha consignado la mayoría de unos medios, que registran el marcado desinterés y escepticismo de los colombianos frente a comicios que serán de la mayor relevancia por el momento que atraviesa el país. No obstante, debería haber un esfuerzo mayor por visibilizar la política exterior. ¿Por qué el tema es tan relevante cuando internamente se viven procesos de tanta trascendencia? La respuesta tiene al menos tres dimensiones.

Primero, desde la década de los noventa Colombia emprendió la apertura económica que incorporó la economía en una tendencia global de libre mercado y flexibilización en sintonía con el neoliberalismo. Desde ese entonces, la diplomacia se ha convertido en instrumento del comercio exterior, sin que haya habido un debate interno profundo y claro acerca de esas implicaciones. Hoy, no es extraño ver que buena parte de los esfuerzos de la Cancillería se destine a conseguir acuerdos comerciales, sobre los que la ciudadanía conoce más bien poco.

Segundo, con la internacionalización del conflicto colombiano en los períodos de Ernesto Samper  y Andrés Pastrana la política exterior fue puesta al servicio de la de la paz y de la «humanización del conflicto», con resultados que vale la pena debatir en la actualidad. Colombia aún subestima el peso de los vecinos para facilitar una salida negociada. En buena medida por los simplismos con los que se lee la situación de vecinos como Brasil, Cuba, Ecuador, o Venezuela cuya imagen se ha deformado por algunos medios que los estigmatizan. Se les observa como si aún el mundo estuviese dividido en dos bloques al estilo de la Guerra Fría. Europa ha mostrado que sí es posible sacar provecho de la integración, por más disparidades ideológicas que existan.

Y tercero, la coyuntura reciente ha provocado que cientos, o incluso miles, de colombianos se interesen por lo internacional. Hechos como el polémico fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre la disputa con Nicaragua, las elecciones en países como Estados Unidos, Ecuador y Venezuela que son seguidas con entusiasmo, e incluso el papel del Sistema Interamericano de Derechos Humanos en polémicas internas, han dinamizado los temas internacionales en Colombia.

No obstante, los candidatos a la presidencia evitan con frecuencia el tema internacional. La política exterior de Oscar Iván Zuluaga es una extensión de las críticas por la debilidad que éste identifica en Juan Manuel Santos. Sus ideas pretenden simplemente reproducir las denuncias del uribismo sobre la pasividad frente a un supuesto continente hostil y agresivo. Muy poco se habla de acciones concretas frente a retos inmediatos. Marta Lucía Ramírez tampoco ha hecho mayores referencias al liderazgo colombiano en la zona o a los desafíos de la candidatura de Colombia ante la OCDE. Lo más grave es el temor de la izquierda a sentar una voz independiente frente a temas, porque aquéllo le podría restar votos. Esto se evidenció cuando el presidente anunció respecto del polémico fallo en mención que se acataba pero que no se aplicaba. Clara López injustificadamente apoyó semejante leguleyada cuando la izquierda colombiana, como en cualquier parte del mundo, está llamada a evitar las tentaciones del populismo nacionalista. Europa actualmente lo sufre, y es precisamente la izquierda la que intenta contrarrestarlo.

Entretanto, los dos candidatos con más opciones, Juan Manuel Santos y Enrique Peñalosa se niegan a debatir en público sus propuestas de política exterior. Colombia aún desconoce qué postura asumirá el próximo presidente frente a la aplicación o no del fallo de la CIJ, la forma en que abordará una serie de demandas ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que van desde el tema Petro, pasan por los taxistas extraditables por el asesinato de James Terry Watson, hasta por la negligencia del Estado en el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado. Tampoco se ha dicho  nada sobre la postura a asumir frente a las nuevas formas de integración y cooperación regional que se expresan en UNASUR y Celac, ni se ha especificado la conducta  por la eventual entrada a la OCDE, o la tan anunciada proyección hacia el Pacífico.

¿Qué piensan los candidatos sobre reconocer o no a Palestina? ¿Cómo prepararán al servicio diplomático para el liderazgo que el país siente que puede asumir? ¿Habrá una reevaluación de la política frente a instituciones internacionales a raíz del fallo de la CIJ? En fin, son preguntas cuyas respuestas se ignoran de forma injustificada.

Se trata pues de una ausencia lamentable.