Poco o nada sabía el mundo sobre el ahora célebre grupo Boko Haram, que acaba de secuestrar 200 niñas al norte de Nigeria, anunciando que serían sometidas a la esclavitud, o vendidas. Se trata de un gesto provocador de su máximo líder, Aboubakar Shekau quien ha asegurado que todo se hace «en nombre de Alá». La incursión de este tipo de grupos extremistas en el norte del África Subsahariana no es nueva, y se trata de un fenómeno conocido en algunos Estados como Malí, Níger, Chad, o Camerún que han sufrido ataques indiscriminados, con grados de tortura inimaginables.

¿Cómo entender semejantes niveles de crueldad?, y lo que parece más indignante todavía ¿Por qué los recursos para reaccionar globalmente son tan limitados, ante una agresión tan despreciable desde cualquier punto de vista? La respuesta a este último interrogante dista de ser simple.

En primer lugar, se debe recordar una tensión viva entre el Islam sunni radical que ha florecido en la zona del Sahel, y algunas comunidades cristianas o musulmanas, en los Estados mencionados. Los vacíos de poder, propios de la debilidad de esas naciones, han favorecido la llegada de combatientes que en nombre de la religión, cometen todo tipo de vejámenes. Un hecho no que no debe pasar desapercibido es el siguiente: la caída de Muamar Gadafi fue catastrófica en este sentido, porque alteró el equilibrio en la región, y permitió el empoderamiento de grupos ligados a Al Qaeda. El ex presidente Libio los había combatido a muerte, pero su caída les devolvió vigor. Es más, durante la guerra civil que precedió su derrocamiento, el entonces Coronel hizo duros señalamientos sobre la infiltración de grupos extremistas ligados a Al Qaeda en la insurrección en su contra. Ésta fue apoyada por la OTAN, y concretamente por Francia y Reino Unido.  

En segundo lugar, Estados Unidos a la cabeza del proyecto occidental para combatir a muerte el terrorismo y el integrismo religioso, cometió un error craso e inexcusable, en cuanto a su política hacia Medio Oriente. Apoyó al Irak de Saddam Hussein en la guerra contra Irán entre 1980 y 1988, porque pensaba que el Islam chií era peligroso, radical e intransigente. Sin saberlo, fue debilitando a Teherán con dos consecuencias nefastas: el empoderamiento de grupos sunitas que en nombre de la guerra santa fueron proliferando en la región, sin que Occidente advirtiera la amenaza que representaban, y centrando la atención del mundo contra la absurda tesis de un proyecto expansionista iraní. Es decir, Estados Unidos convenció al mundo de que el régimen de los Ayatolas era más peligroso, que cualquier otra manifestación de integrismo religioso.

Ahora, y sin que nadie lo entienda Washington sigue insistiendo en que la zona donde se concentra el terrorismo es el Medio Oriente, cuando la evidencia empírica demuestra que la región donde más ha proliferado es el Sahel. ¿Cómo explicarle al mundo las sanciones contra Irán, la categorización de Hezbolah y Hamas como organizaciones terroristas, mientras Estados Unidos, Francia y Reino Unido apoyan a grupos disidentes sirios que reivindican un discurso similar al de Boko Haram o incluso conectados con Al Qaeda? Vale recordar que el empoderamiento de estos grupos también, se vio favorecido por el apoyo a la insurgencia siria.

Y tercero, el colapso del Estado maliense hace unos años, permitió que grupos como Ansar Eddine, el Movimiento para la Unidad y la Yihad en África Occidental, Al Qaeda en el Magreb Islámico, y Boko Haram fueran avanzando desde Libia, y pudieran ganar terreno en el norte de Malí. Allí, desde 2011 se venia gestando un levantamiento por parte de la población tuareg  que buscaba la independencia de la región de Azawad. Esta situación fue capitalizada por grupos extremistas que vieron en la debilidad del gobierno maliense una oportunidad inmejorable de ganar terreno.

El panorama es desolador en la zona del Sahel y, África sigue pagando el precio de los errores cometidos por las potencias occidentales. Parece un discurso desgastado y anacrónico, que desafortunadamente refleja la actualidad.