La democracia india llama la atención del mundo con justa causa. Algunos la consideran el régimen de ese corte más grande del mundo, a propósito de los 850 millones de electores (sobre una población de más de mil millones), y otros la perciben como la democracia en Oriente más consolidada. Por lo tanto, no resulta sorprendente que los medios de comunicación hayan seguido de cerca la reciente elección de Narenda Modi como primer ministro de La India, pues se trata de una nación clave para la estabilidad del Subcontinente Indio, y para el éxito o fracaso del tan anhelado Diálogo entre Civilizaciones.
Su victoria representa para una parte de la India una fuente de preocupación, pues consideran que el pluralismo religioso puede verse afectado, especialmente en detrimento de la población musulmana que representa alrededor del 15% del total de habitantes, mientras que la mayoría hindú alcanza un 80%. La ideología de Modi, el Hindutva reivindica a esta última religión como la base de la India, y como elemento constitutivo del nacionalismo, lo que significa para sus detractores una amenaza con la multi-confesionalidad que ha marcado la historia del país. El recuerdo de la animadversión entre Islam e Hinduismo trae a la memoria los peores momentos en la historia del Subcontinente Indio, cuando una serie de incidentes de extrema violencia terminaron en la partición de la India, y con el surgimiento de Pakistán y Bangladesh.
Vale recordar, además, la violencia contra los musulmanes en 2002, y cuya persecución sistemática, en algunos casos, llevó a los atentados contra puntos neurálgicos de Bombay en 2008. Se trató de diez ataques consecutivos contra el corazón financiero de la India, como represalia contra la violencia en contra de los musulmanes. Fue tal la envergadura de los ataques terroristas, que se endilgaron a grupos extremistas en Pakistán, que medios de comunicación bautizaron ese episodio como el 11 de septiembre indio.
Ahora bien, se especula acerca de la moderación de la que tendrá que hacer prueba Modi, y sobre la posibilidad de que probablemente no haya tal rigidez ni ortodoxia en su forma de gobernar. Al menos, eso afirman quienes ven con optimismo su llegada el poder. No obstante, sus críticos advierten que detrás de la apertura de espíritu exterior, se esconde el deseo por privilegiar al Hinduismo. Narenda Modi convirtió la ciudad de Benarés en bastión de su campaña, la cual es una ciudad del mayor significado para los hindúes y que fue escenarios de choques violentos entre miembros de esa comunidad y algunos musulmanes, por la construcción de una Mezquita en ese lugar hace algunos años. La escogencia de Benarés como centro de su campaña desnuda para muchos un mensaje tácito contra los musulmanes.
Se trata de un momento esencial para el destino de la democracia india. El fracaso del modelo pluri-religioso, traduciría un retroceso sobre la cohabitación de comunidades, y mostraría, una vez más, la tensión viva entre religiones que no ha podido limitarse dentro de los márgenes de la democracia.