En las últimas semanas Yemen parece hundirse en un caos sin salida, por la violencia entre los rebeldes huthi y el gobierno encargado de una reforma constitucional, que ayudaría a estabilizar un país que desde  más de diez años ha vivido un conflicto desapercibido hasta hace poco por los medios. El proyecto constitucional divide al país en seis regiones, lo cual no es aceptado por la minoría zaydí, que busca el control del norte y el acceso al mar. Los rebeldes huthi adquieren su nombre de líder Hussein Al-Houthu asesinado por las fuerzas regulares de Yemen en 2004. Éste fue reemplazado por su hermano Abdel Malik que con el apoyo de Ansar Allah, brazo armado de las milicias, tiene a Yemen al borde del colapso.

El cambio histórico que sacudió a Yemen se produjo en 1962, con el golpe de Estado del Coronel Abdullah Al-Salal que terminó con la hegemonía de los imames chiís. Desde ese momento hasta 1978, el país vivió un ciclo de inestabilidad y violencia que parecía terminar con la llegada de Ali Abudllah Saleh.

Entre 2011 y 2012, en pleno auge de la denominada Primavera Árabe se produjo la salida precipitada de Saleh, y se debía dar inicio a una transición que solucionara las dos cuestiones fundamentales que han afectado a Yemen históricamente: las reivindicaciones de la minoría zaydí (una corriente del Islam chií) en el norte para gozar de una mayor autonomía en esa zona, y los reclamos de la mayoría sunní en el sur, que tendría un proyecto secesionista y buscaría contrarrestar el avance histórico de los zaydíes. De alguna medida, en el sur se han revivido las traumas posteriores a la reunificación que tuvo lugar en 1990. Las provincias del sur conformaron la República Democrática y Popular de Yemen (de orientación socialista y también conocida como Yemen del Sur).

En el fondo, la ofensiva de los rebeles huthis buscar restablecer la hegemonía chií zaydí debilitada desde el golpe de Estado a comienzos de los sesenta. Desde 2001, en la génesis de la guerra global contra el terrorismo, los huthis acusaban al presidente Ali Abdullah Saleh de estar al servicio de Estados Unidos, y de aislar a la minoría zaydí con el apoyo de Arabía Saudí, uno de los líderes representativos del islam sunní. Riad estaría interesada en minar el poder de la rebelión huthi por el carácter chií de la misma. Vale recordar la rivalidad histórica entre saudíes e iraníes a propósito de las dos grandes corrientes del islam, envueltas en una disputa geopolítica en Medio Oriente.

Con la renuncia del presidente y primer ministro yemeníes, la revolución huthi parecería tomar forma, así como una posible secesión de algunas zonas del sur que no aceptarían un gobierno de la minoría zaydí (un tercio de la población aproximadamente).

Por otra parte, la internacionalización de la crisis es patente pues se asume que Al Qaeda en la Península Arábiga o en Yemen, aprovecharía la situación para instalarse y adquirir poder, especialmente en el sur. Paralelamente, se ha acusado en repetidas ocasiones el gobierno de Irán de apoyar a los rebeldes y se parte de la afinidad por el vínculo chií. A pesar de ello, algunos como Samy Dorlian del Instituto de Estudios Políticos de Aix-en-Provence en Francia consideran que esa relación ha sido sobredimensionada.  Si bien existe el lazo chií se trata de dos corrientes distintas, y no se podría comparar con la sintonía de intereses que sí existe entre Irán y Hezbollah.   

El desenlace de Yemen es vital al menos en tres temas, la definición de la correlación de fuerzas entre chiitas y sunnitas en la zona, la lucha contra el terrorismo por parte de Occidente y en una crisis humanitaria que tardará años en ser resuelta, y que seguramente tendrá efectos en la zona.