La disolución del gobierno griego surgido de la coalición Syriza muestra la impotencia de hallar respuestas alternativas a la crisis fiscal que viene arrastrando Europa, desde hace varios años. Lo más grave reside en las contradicciones del proceso de construcción europea en las que no se repara, por asumir la crisis como exclusivamente financiera. Grecia se terminó convirtiendo en el escenario de tres males que aquejan a ese proyecto, y que representan  una dura prueba para el bloque de integración política y económica más exitoso del que se tiene hasta ahora conocimiento.

El primero de esos males pasa por haber pervertido la noción de austeridad. La imposición de ajustes y recortes al gasto público tan ampliamente denunciada de la denominada troïka, compuesta por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, ha derivado en que se asuma la austeridad  como un castigo. Se ha despojado esa virtud de su significado original, y en términos de bienestar colectivo la austeridad urge pues el despilfarro le cuesta a generaciones futuras por el daño irreversible ocasionado al planeta. Absurdo y indefendible que mientras millones de consumidores en el mundo desarrollado acumulan, se pretenda castigar a la clase media europea por el manejo de la política económica de los gobiernos griegos. Aquello carece de todo sentido, pues la austeridad se debe aplicar no en contextos de escasez, sino cuando se ha alcanzado un mínimo de conquistas sociales que permitan un buen vivir.

En segundo lugar, Europa atraviesa una crisis profunda por la forma en que se toman las decisiones, pues su carácter democrático es seriamente cuestionable. Un conjunto de organismos que no son resultado de ninguna elección, termina asumiendo decisiones con incidencia directa sobre millones de ciudadanos europeos. Algunos le han denominado déficit democrático, pues no se percibe el peso del Parlamento Europeo en ese tipo de acciones, y al tratarse de una institución compuesta por representantes elegidos de manera directa, su papel debería ser más activo. Extrañeza debe causar que la propuesta de Alexis Tsipras de que esa troïka fuera reemplazada por un quintento para sumar el Parlamento y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, no haya tenido mayor difusión y relevancia. Aquello daría mayor equilibrio, al tiempo que ayudaría a despejar las dudas acerca de ese vacío democrático que empaña la labor de la Unión Europea.

Finalmente, esta crisis ha comprobado al menos hasta la fecha, no existe diálogo entre iguales.  El plan de salvación «acordado» contempla acciones que ponen en entredicho la soberanía de Atenas en materia económica, acabando de paso con la idea de que los 28 son pares. Igualmente, la polémica renuncia de Yanis Varoufakis, ex ministro de finanzas, y la crítica feroz a la que fue sometido por su plan ante una eventual  salida de Grecia del bloque (Grexit), corroboran una hostilidad expresa a voces alternativas que surgen de una incipiente periferia europea.