La victoria del NO es irrebatible, pero sólo si se toma en cuenta que disputaba con el SÍ. Ahora bien, conocidos los resultados y con la serenidad de la perspectiva luego de tres semanas, es prudente hacer un balance sobre quienes han asumido su vocería, tal vez sin mucho respeto por la congruencia. En particular, Álvaro Uribe Vélez ha salido en todos los medios de comunicación, como el principal representante de los 6,4 millones de personas que se opusieron a los acuerdos. No obstante, ronda la pregunta de qué o quién le otorgó semejante condición. Más importante aún ¿quién les dio el poder a esos representantes de la derecha colombiana para representar a los millones (esos sí mayoría) que decidieron abstenerse? Absurdo que por el resultado en las urnas, pretendan representar a un grupo de personas tan diverso, y con niveles de representatividad tan difíciles de demostrar. La congruencia política describe la calidad de la representación entre mandantes y mandatarios, pero en este caso, nadie puede dar por hecho, que ni quienes se abstuvieron, ni que quienes hayan votado por el NO, vean en las propuestas de Uribe, ni de Andrés Pastrana ni de Martha Lucía Ramírez, reivindicaciones que representan las suyas. Tampoco se podía asumir que quienes optaron por el SÍ, estaban dando un voto de confianza al gobierno, o lo hacían por simpatía con Juan Manuel Santos. La pregunta del plebiscito era cerrada, se trataba de aprobar o no un acuerdo, pero no era cuestión la de consultar en la gente, posibles representantes para modificaciones del mismo. Ésa ha sido la interpretación arbitraria, de un segmento político oportunista que a punta de engaños sigue apropiándose del derecho de la representación.
También es inaceptable como contradictorio, que esos líderes, que tanto criticaron el proceso se definan como promotores de la paz. Nada más falso y alejado de la realidad. Que lo digan directamente, y sin más miramientos, reconozcan que apoyan una salida militar. Aún confían en que tal victoria total es posible. La retórica de sometimiento, de no a la impunidad y los ataques a quienes defendían el SÍ como ingenuos que cándidamente veían en la paz un estado de perfección, así lo demuestra. En Chile, quienes promovían el SÍ en el plebiscito, para apoyar la continuidad de Augusto Pinochet, acudían al mismo simplismo demagógico, tratando de sostener que esa opción era una forma de defender la democracia chilena. ¿Cómo se defiende el Estado de derecho apoyando a un dictador? ¿Cómo se es partidario de la paz, atacando un proceso que contó con semejante diversidad de participantes?
Esa ingenuidad que los promotores del NO acusan en sus detractores, es insostenible. Han repetido hasta la saciedad, que con la puesta en marcha de los acuerdos, jamás se resolverían los problemas de Colombia. Se indignaban pensando en que la gente que apoyaba el proceso de paz, concebía un país sin problemas de manera automática ¿Existe acaso algún valor o ideal que tenga semejante nivel de literalidad en su aplicación? ¿Alguna vez la democracia, la justicia, la libertad o la igualdad han aparecido en alguna nación del mundo de manera absoluta? Aun así, la democracia es un sistema político cuya filiación entraña compromisos mínimos con el Estado de derecho, la independencia de poderes y los contrapesos. No se puede ser demócrata, cuando se desprecia el control a algunas ramas del poder público, o cuando se desestiman derechos de minorías. Tampoco se puede ser partidario de la paz, cuando se busca el sometimiento del rival a cualquier precio. Menos todavía, cuando se apela a la retórica maniqueísta del Centro Democrático. Los ideales del uribismo son todos respetables, pero lo que causa indignación, es que se utilice la palabra «paz» a su acomodo.
Votaría mil veces por la democracia como sistema político, aún con todos los problemas que subsisten una vez implantado el sistema. El país debe preferir la paz y anteponerla a los intereses partidistas, infinitesimales, al lado de un ideal tan generoso como el de la paz. El mandato por la paz que diez millones de colombianos apoyaron en 1997, y que el próximo año completará 20 años, es tal vez el instrumento popular más exigible, para que el acuerdo de paz sea puesto en marcha. Todas sus exigencias están representadas en los puntos De la Habana. Es un tema relativo a la congruencia.