2016 fue un año fatal para la democracia en el mundo. Será recordado por la sorpresa en las urnas, de una mayoría de británicos votando por salir de la Unión Europea, millones de colombianos expresándose en contra del acuerdo de paz entre gobierno y FARC, y la noticia inesperada, tenebrosa y escalofriante que llevará a Donald Trump, a la presidencia en EEUU.
¿Equivale al triunfo de la democracia, por el poder de las urnas? O más bien, ¿la temida posibilidad de que por la vía del constituyente primario, se abran las puertas para la dictadura de las mayorías, como alguna vez observó Alexis de Tocqueville? No se trata de uno ni de otro, pues ambas opciones revelan absolutos que en el fondo, son incompatibles con la democracia, cuyo sinónimo más preciso sería el equilibrio. Nada más antagónico con esa idea que lo total, absoluto y radical. Las tres sorpresas revelan que la democracia está llegando a un agotamiento, y que las demandas por un sistema más directo que elimine los intermediarios, deben ser tomadas en cuenta y asumidas con seriedad. De manera simplista, se ha considerado al populismo, como una desviación de la democracia, y se ha insistido defender la idea de las instituciones como ejemplos de representatividad, cuando en la práctica, la sintonía entre esos actores y la sociedad es cada vez menor.
Algunos exigen la democracia directa en Europa, y acabar de una vez por todas con las instituciones, a las que acusan de acomodarse entre el Estado y la ciudadanía. Michel Houellebecq, polémico escritor francés, ha sido uno de los defensores de esta idea de redirigir la democracia, hacia el constituyente primario y refrendar por la vía popular, las iniciativas necesarias. “si queremos salir de esta crisis de representatividad en la que nos encontramos, es necesaria una democracia más directa”. Y añade algo aún más polémico: “desearía ampliar la democracia directa suprimiendo el Parlamento. En mi opinión, el Presidente de la República debe ser elegido de por vida, pero revocable instantáneamente a través de un referendo de iniciativa popular” .
Como Houellebecq, muchos ven con simpatía la posibilidad de que a través de iniciativas populares, se puedan modificar diversos aspectos que tocan la razón de Estado, el bienestar colectivo, o la respuesta estructural a una crisis prolongada en el tiempo. Se debe llamar la atención, sobre la forma en que en Europa ese ideal ha sido reivindicado, por la extrema derecha para proponer reformas en temas que difícilmente podrían pasar por el Parlamento. Allí el voto es escudriñado y debe ser expuesto por un principio de transparencia. En cambio, cuando millones votan en las urnas, no deben rendir cuentas a nadie, y el anonimato asegura que en algunos casos, decisiones socialmente mal vistas, individualmente, se toman con la mayor de las convicciones.
No extraña entonces, que el Frente Nacional en Francia sugiera la celebración de un referendo para solucionar el tema migratorio, o revivir la pena de muerte, incompatible con los ideales de la Unión Europea. Algo similar sucede en Turquía, donde el Presidente Recep Tayyip Erdogan, se ha apoyado en este canal directo para adelantar reformas al sistema político, e incluso ha contemplado restablecer la pena capital. Los riesgos que comporta la idea de que todo se puede desde las urnas, son innumerables y van desde desconocer avances que la humanidad ha logrado en materia de derechos y garantías, hasta el desconocimiento de compromisos previos, contraídos por un Estado frente a otros, o al sistema internacional. Esta crisis de la democracia, hace pensar en el surgimiento de anti valores, que con el paso del tiempo se van incorporando socarronamente en la agenda de las políticas públicas. Hoy proliferan la intolerancia, la venganza, la discriminación y la xenofobia, por solo mencionar algunos.
Con el Reino Unido por ejemplo, ya se habla de una negociación difícil, compleja y desgastante, en la que Londres chantajea a sus pares europeos, tratando de atender los requerimientos de la mencionada consulta popular. El gobierno de Theresa May propuso negociar el asunto migratorio de manera bilateral con cada Estado, lo que resulta inadmisible, pues significa seguir menoscabando y promoviendo la división dentro del bloque. La incertidumbre sobre el futuro del Reino Unido sigue, y se mantendrá, pues nadie sabe a ciencia cierta, cómo se debe administrar una política pública inspirada en una decisión tan coyuntural, que marcará el destino de millones de europeos a ambos lados de la Mancha.
Colombia también ha sido escenario de la instrumentalización del constituyente primario, y aunque con propósito loable, su resultado fue desastroso. El gobierno ha debido enfrentar a los líderes del NO, que se comportan como un niño malcriado, incapaces de recular o ceder en lo más mínimo. Ni siquiera cejaron, una vez conocido el escándalo por la manipulación en la campaña. La repudiable confesión hace pensar, además, que tales consultas no están exentas de prácticas que prostituyen la democracia en pro de intereses inconfesables.
En Estados Unidos, poco por decir, pero se trata el menos del resultado de una práctica sostenida durante años como las elecciones periódicas, rito esencial en el funcionamiento democrático. No obstante, tal decisión revestida de toda la legalidad posible, puede poner en jaque las instituciones, y minar valores que durante siglos, Estados Unidos ha reivindicado genuinamente. Con ese nacionalismo crudo, y descarado, Washington se acerca peligrosamente al crudo estereotipo de arrogancia e ingenuidad.
La democracia pasa por una prueba de fuego, pues desde sus propios mecanismos puede alejarse de los equilibrios mínimos, que garantizan que el sistema no derive en la dictadura de las mayorías. Desafortunadamente, hacia eso parece encaminarse.
@mauricio181212