Turquía vive uno de los momentos más críticos de su historia reciente, por cuenta de la amenaza terrorista, representada por el Estado Islámico y los Halcones de la Libertad de Kurdistán, enemigos más visibles del proyecto que venía consolidando al régimen de Recep Tayyip Erdogan. No obstante, este año ese país será clave en la estabilidad regional, circunstancia que lo convertirá en protagonista de primer orden.

El intento fallido de golpe de Estado en julio del año pasado, demostró hasta qué punto el presidente tenía asegurado consensos claves dentro del aparato militar, muy a pesar de los rumores de división. Esa información se venía propagando desde que, Abdullah Güll asumió como presidente en 2007, pues su militancia en el partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP por sus siglas en turco) de corte islámico, hizo temer por un rompimiento del equilibrio entre secularidad y religión. Con la llegada de Erdogan a la presidencia en 2014, y el posterior tránsito de un sistema semipresidencial a uno presidencial, abundaron las críticas contra el régimen por una concentración de poderes. No obstante, la popularidad del gobierno se ha mantenido en niveles altos, alcanzando un pico de 67% en el intento fallido del golpe.

Los dos atentados recientes son un golpe a la moral de una Turquía que está en plena proyección, pues su papel en la estabilidad regional es cada vez más preponderante. Al menos en tres temas clave en el futuro de Europa y Oriente Medio, Ankara tiene por hacer una contribución notable y seguramente, eso le dará un margen para imponerse. Por su papel en Irak y Siria para la contención del Estado Islámico, está pagando un precio enorme en términos de vulnerabilidad frente al terrorismo, pero no cederá, eso está claro. En el espinoso asunto migratorio, desempeñará un papel crucial, en una de las coyunturas más críticas en más de medio siglo. Europa no se puede dar el lujo de ignorar a Ankara, y deberá buscar más allá del acuerdo alcanzado, un pacto de largo aliento que le permita resolver la situación de los más de dos millones que han intentado llegar al continente. La dinámica migratoria, especialmente la provocada por refugiados sirios, está estrechamente emparentada con la guerra y el terrorismo. Por lo tanto, su solución difícilmente se puede disociar del combate contra el EI.  Quedará pendiente el flujo migratorio activado por el autoritarismo (como en el caso de Eritrea), o por razones económicas.

Finalmente, este año será clave para las negociaciones con miras a la adhesión de Turquía al bloque europeo. Erdogan sabe que tiene un margen suficiente para presionar a sus pares, pues desde la puesta en práctica del acuerdo migratorio, la llegada masiva de refugiados se ha reducido considerablemente, tema particularmente sensible en Alemania, Grecia y en los países de los Balcanes Occidentales. 2017, será en resumidas cuentas, determinante en el futuro de Turquía y su rol en la zona y en el mundo. Difícilmente se le podrá ignorar o aislar.

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