Escarbando en su historia reciente, difícilmente se puede hallar una coyuntura menos favorable para la Amazonía en Brasil. Hace dos años, la llegada de Jair Bolsonaro representaba un enorme reto, pero se pensaba que una vez en el poder, las propuestas más radicales se irían suspendiendo o menguando al compás de la presión regional e internacional, como suele ocurrir con este tipo de liderazgos. No se trata de un cálculo del todo errado pues en en materia de política exterior, Bolsonaro terminó reculando en buena medida consciente de  los constreñimientos regionales y externos. El actual mandatario había prometido abandonar Mercosur, un alineamiento sin antecedentes con EEUU y el aislamiento en términos de todas las apuestas exteriores multilaterales iniciadas desde el restablecimiento de la democracia en 1985. Buena parte de sus apuestas terminaron pospuestas, pero no fue así respecto de la Amazonía, un tema en el que hasta los peores vaticinios quedaron cortos, pues hoy la situación en esta delicada zona es dramática y asoman  matices catastróficos.

Mientras se sigue con impaciencia y extrema preocupación el avance temible del coronavirus, cuya voracidad ha sido alimentada por la postura inexplicable del mandatario brasileño, el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil alerta sobre las 1200 km2 de selva amazónica que han desparecido en lo corrido de este año y una deforestación 55 % superior respecto del mismo periodo un año atrás. Se trata de la cifra más elevada desde 2015 y que se explica en buena medida por la industria maderera, la extracción de minerales y la actividad agrícola. Todo con el agravante de un gobierno que ha desafiado cualquier intento de protección estructural de esta zona y ha optado por el envío de las Fuerzas Militares para detener la situación. Una respuesta con pocas chances de detener lo que podría ser una tragedia para la Amazonia que representa el 60 % del total del territorio brasileño.

Como candidato Bolsonaro anunció una apertura de este territorio a diversas actividades de explotación. Una de sus frases más polémicas parece resumir su osadía: «donde hay tierra indígena, hay riquezas debajo». Desde su llegada al poder, la Fundación Nacional del Indio, una agencia federal, ha visto recortes en su presupuesto, se ha negado a consagrar extensión alguna de tierra para su protección y en febrero de este año, presentó un proyecto de ley para legalizar la extracción de minas, favoreciendo los intereses de empresas que durante años han contaminados los ríos, como lo recuerdan Leticia Casado y Ernesto Londoño del ‘New York Times’.  Es tal la gravedad de la situación que los autores advierten sobre la posibilidad de que ocurra un etnocidio, alertados por las preocupaciones justificadas de los indigenas brasileños y que parecen desatendidas por el actual gobierno. Brasil es el país del mundo con mayor número de indígenas que se encuentran en aislamiento voluntario, una condición cada vez más rebatida por la actual administración.  

En América Latina no tiene cabida un discurso tan profundamente antiliberal y desafiante respecto del pluralismo que debe marcar los sistemas democráticos. La postura de Bolsonaro respecto de algunos grupos como los afros a quienes se ha referido como «inservibles» o de los los indigenas sobre los que ha dicho que «cada día son más seres humanos» ha provocado indignación, pero sin que asume rectificación o cambio en una narrativa profundamente racista.  Desde el restableciendo de la democracia en América Latina, parece difícil encontrar casos de gobiernos con un discurso de ese tono, tanto en los radicalismos de izquierda, fanáticos de la lucha de clases, como en los de derecha, dogmáticos de la tecnocracia y del libre mercado. En ninguno de los dos extremos se han percibido rasgos de este etnonacionalismo más común en Europa donde ha tratado de ser atajado con más éxito en algunos países que en otros.

En estos dos años del gobierno de Bolsonaro, han quedado en evidencia las limitaciones de la sociedad internacional para defender activos que como humanidad se han alcanzado, pero que parecen fácilmente amenazados por cualquier gobierno de turno. La protección del ambiente ha sido, sin lugar a dudas, uno de los temas más impulsados por la ciudadanía en el plano mundial, especialmente por los jóvenes, considerados injustamente apáticos, pero muy activos en este campo. A pesar de los falsos dilemas entre equilibrio ambiental y generación de riqueza, los avances sustanciales en políticas de protección del ambiente demuestran una consciencia creciente en el plano global. No obstante y en medio de su drama, Brasil se prepara no solo para convertirse en el epicentro de la pandemia, sino que para finales de mayo, expertos prevén la peor temporada en términos de deforestación cuando empiece la sequía y la Amazonía reciba el desproporcionado efecto de un fenómeno al que no se puede considerar como inevitable. 

@mauricio181212

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