Después de un vacío poder de 500 días, Israel pudo conformar un nuevo gobierno de unidad nacional en manos de Benjamín Netanyahu y Benny Gantz con el respaldo del parlamento o knesset. Se trató de la crisis política más prolongada en su historia moderna y ha puesto en evidencia hasta qué punto la izquierda israelí, gran ausente de todo el proceso en el que se dieron tres elecciones, se encuentra en uno de sus peores momentos. En contraste, la derecha goza de una hegemonía que coincide con el plan de paz para Oriente Medio propuesto por Donald Trump, y desarrollado en particular por su yerno, Jared Kushner, judío ortodoxo. Un dato que no es menor, pues el plan contiene una serie de elementos que son inaceptables para los palestinos (que no participaron de su diseño) y a todas luces está hecho a la medida israelí. Esta propuesta que constituye uno de los ejes del nuevo gobierno israelí, fue presentada por Washington a comienzos de este año y de forma inmediata, todos los sectores de la dirigencia palestina la rechazaron, tanto aquella reconocida internacionalmente, como la calificada como terrorista.
¿Por qué genera tanta controversia el citado plan? Se trata de reconocer a Jerusalén como capital indivisible del Estado hebreo, contradiciendo un consenso internacional respecto a la necesidad de que no haya salidas unilaterales para el estatus de la ciudad que ambas partes reclaman como capital (los palestinos demandan Jerusalén Oriental – Al Quds al Sarqiya); legalizar las colonias establecidas en Cisjordania y que han arrebatado territorio a los palestinos (en las últimas décadas han aumentado en 50 % llegando a representar unas 450.000 personas de un total de 2’500.000 palestinos); dejar en manos de Israel el Valle del Jordán así como el control de fronteras; reconocer el carácter judío de este; y, por si fuera poco, anular la posibilidad de que Palestina tenga un ejército. El plan no solo duplica el control territorial israelí, sino que arrebata a los palestinos cualquier posibilidad para el ejercicio de soberanía. Sin proponérselo, la propuesta calificada por Trump como «acuerdo del siglo», tiene el potencial de poner a las dos grandes cabezas de la dirigencia palestina, Hamas y Al-Fatah, del mismo lado e incluso a buena parte de la comunidad internacional, como algunos Estados europeos que teniendo buenas relaciones con Tel-Aviv, ven con preocupación un plan cuya característica principal es la desproporción.
Uno de los primeros acuerdos en los que está cimentado el nuevo gobierno israelí Netanhayu-Gantz consiste precisamente en la concreción del plan unilateralmente, lo cual empieza por legalizar la colonización que ya está en marcha de Cisjordania, pero reconocida por la comunidad internacional como un territorio ocupado y proceso colonizador no se ha detenido a pesar de todos los llamados internacionales y su carácter ilegal. En plena pandemia, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, acabó de realizar una visita relámpago y sorpresiva a territorio israelí, días antes de la entrada en vigencia del nuevo gobierno y en la que habría habido una clara sintonía respecto de identificar a Irán como una amenaza y llevar acciones a cabo. Sin embargo, Washington habría advertido a Tel Aviv sobre no apresurarse en el plan de anexión. Causó extrañeza que, en pleno confinamiento, Pompeo hubiese realizado semejante desplazamiento, por lo que se especula que uno de los mayores temores expresados por Estados Unidos podría ser cualquier decisión que reviva una espiral de violencia en una zona donde abunda la conflictividad.
No obstante, contra viento y marea el nuevo gobierno israelí anuncia la puesta en práctica unilateral del plan desde el 1 de julio, para lo cual se habla de la legalización definitiva de los colonos en Judea y Samaria, el término bíblico utilizado por Netanyahu para referirse a Cisjordania y que da cuenta de la riesgosa instrumentalización del lenguaje religioso y a su vez, de la radicalización de su discurso.
La posición de Estados Unidos no deja de sorprender, por más que se repita hasta la saciedad que ha sido y será aliado incondicional israelí. En el pasado no tan lejano, Washington desempeñó un papel esencial para una paz definitiva especialmente en los dos gobiernos de Bill Clinton cuando se llegó a los Acuerdos de Oslo, hasta ahora el escenario más cercano a un acuerdo viable entre palestinos e israelíes. Desde ese entonces, la violencia no ha cesado y la ocupación israelí se ha acelerado desafiando abiertamente el derecho internacional y consensos a partir de los cuales se puede pensar en una solución de dos Estados.
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