El 1ero de julio Israel comenzará su proyecto de anexión de Cisjordania, en particular del Valle del Jordán, a pesar de que ese gobierno haya anunciado que se trata de un ejercicio de control mas no de soberanía. Esta es la primera gran medida del quinto mandato de Benjamín Netanyahu y se inscrita en el contexto del plan de paz de Donald Trump inaceptable para los palestinos, pues acaba con la posibilidad de un Estado con fronteras definidas, control sobre las mismas, soberanía, ejército, legaliza las colonias y, por si fuera poco, concede toda Jerusalén a los israelíes.
La decisión de anexar el Valle del Jordán ha sido rechazada por buena parte de la comunidad internacional que ve con preocupación la forma en que puede resurgir la violencia. Con ello Tel Aviv se mueve en una peligrosa dirección pues de nuevo enfrentará el aislamiento internacional. Israel se había acercado exitosamente al mundo árabe identificando un enemigo en común, aunque por razones distintas: Irán. Netanyahu había aprovechado la coyuntura en contra de Teherán generando niveles de cohesión en el sector árabe y sunita. Recientemente, Jordania ha expresado sus inquietudes por el plan de anexión y se trata de un aliado clave no solo para la estabilidad de la zona sino para que Israel pueda atacar blancos iraníes en territorio sirio. Un alejamiento de Amán implicará sacrificar la estrategia de contención de Irán en la región. También Israel corre el riesgo de generar cohesión en Europa para atacar el plan de anexión y que Bruselas recupere el protagonismo en la paz en Oriente Medio, un rol que en el último tiempo le fue arrebatado por el ascenso de gobiernos nacionalistas y populistas en Europa Central alineados con las posturas más extremistas israelíes como ha sido el caso de Hungría, República Checa, Austria y Rumania. Este último, hasta ahora, el único que ha trasladado la misión diplomática desde Tel Aviv a Jerusalén. Praga y Viena se terminaron echando para atrás y Budapest tan solo convirtió una oficina de promoción comercial en consulado.
La anexión tampoco genera suficiente apoyo en una sociedad israelí cada vez más dividida y preocupada por las consecuencias sobre su seguridad. Según las encuestas más recientes un 46 % se oponía al plan y tan solo el 34 % lo apoyaba. La principal inquietud para la ciudadanía sigue siendo el manejo del coronavirus, como ocurre en el resto del mundo, por eso algunos sectores de la actual coalición del gobierno han pedido priorizar el tema sanitario sobre la expansión territorial. La oposición más visible a la anexión, entre la que se encuentran varios ex militares, ha llevado ha cabo una campaña denominada «mírennos directamente a los ojos» denunciando que Netanyahu lleva a acabo una operación sin pleno conocimiento de sus consecuencias catastróficas y con niveles de improvisación y radicalización que asustan. De forma cínica, quienes apoyan la anexión -a todas luces ilegal- recuerdan que cuando Trump anunció el reconocimiento unilateral de Jerusalén como capital también se vaticinó un aumento de la violencia que jamás ocurrió. Esperanzados en la debilidad de los palestinos, la atención internacional puesta en el coronavirus, y, en una Europa dividida, los promotores de la anexión de territorios internacionalmente reconocidos como «ocupados» buscan acabar definitivamente con la posibilidad de una solución basada en dos Estados.
Este plan cumple a cabalidad el deseo de la extrema derecha israelí de borrar a Palestina del mapa y materializar la controvertida afirmación de la primera ministra Golda Meir de que «el pueblo palestino no existe».
@mauricio181212