Bielorrusia enfrenta la peor crisis política de su historia y el momento más crítico en los 25 años de gobierno de Alexander Lukasenko, luego de que se dieran a conocer los resultados de la elección presidencial. El sistema bielorruso no se reduce a una oxidada dictadura condenada al fracaso, pues a pesar de las fundadas críticas por un autoritarismo rampante, el modelo funcionaba económicamente hasta su desgaste reciente. Tres factores de reciente aparición sugieren un cambio que no será inmediato pero que, tendrá efectos en la gobernabilidad; la estrategia negacionista de Lukasenko respecto del covid-19 ha debilitado su autoridad haciendo que cada vez más personas se sumen a los llamados de la oposición; la estrategia ambivalente respecto de su principal aliado Moscú ha producido un distanciamiento nocivo para Minsk, pues Rusia fue clave a través de sus subvenciones en el modelo económico bielorruso; y, por primera vez, la oposición cuenta con una figura visible (hasta ahora en libertad pero en exilio) para contrarrestar el discurso oficial.    

La situación actual parece eco de la historia reciente. A comienzos de este siglo, se produjeron cambios abruptos en países otrora repúblicas soviéticas, a través de levantamientos populares que denunciaron irregularidades en las elecciones. El primero sucedió en Georgia en 2003 cuando miles de ciudadanos protestaron por el resultado acusando directamente al entonces presidente Eduard Shevardnadze de fraude. Cargados con flores, cientos de jóvenes fueron los protagonistas de la Revolución de las Rosas que se concretó cuando este renunció y fue elegido Mijaíl Saakashvili, comenzando una etapa de distanciamiento respecto de Rusia y de acercamiento con occidente que, sin embargo, terminó aparatosamente con una Georgia enfrentada a una cruda realidad: no poder ser siquiera candidata a la Unión Europea, rechazada por la OTAN y castigada militarmente por agresiones en contra la población de Osetia en 2008. Un año más tarde, Ucrania fue escenario de un fenómeno similar, cuando miles de personas, especialmente jóvenes, reclamaron por el resultado de la elección que daba como ganador a Víktor Yanukóvich, cercano a Vladimir Putin, en detrimento de la candidatura opositora de Víktor Yúschenko. Ante la presión, los comicios fueron convocados nuevamente convirtiendo a Yúschenko en presidente y principal cabeza de lo que se conoció como la Revolución Naranja. Posteriormente, se produjo la Revolución de los Tulipanes en Kirguistán que terminó con la hegemonía de Askar Akáyev. Con esto se proyectaba un tablero geopolítico incómodo para Rusia.

Muchos se preguntan si Bielorrusia seguirá este camino, pues el gobierno de Alexander Lukasenko, al que varios apuntan como último vestigio soviético, parece cada vez más expuesto y debilitado. La concreción de la propuesta de un salario de 500 dólares que disparó su popularidad en los 2000 parece hoy insuficiente. En la elección del pasado 9 de agosto se anunció como vencedor con más del 80 % de los sufragios por encima de Svetlana Tikhanovskaia, candidata de la oposición, independiente y sin recorrido político. Profesora de inglés con apenas con 37 años se vio involucrada en la política cuando su esposo Serguei Tikhanosvky fue arrestado y pasó a ser la principal figura de una oposición que jamás había gozado de semejantes niveles de visibilidad internacional, cohesión interna y chances reales de rivalizar el poder de Lukasenko, así sea en las calles.

Al aceptar su candidatura, Lukasenko habría subestimado el poder de Tikhanosvkaia, con la certeza de los dirigentes más visibles opositores privados de la libertad o en exilio (Viktor Babriko y Valery Tsepkalo) habría asumido que no estaría en capacidad de contrarrestarlo. De esta forma, pasó del cuasi anonimato a ser la cabeza de un movimiento con un desenlace que sigue siendo un misterio y cuyo apoyo más relevante son Maria Kolesnikova (la única que permanece aún en territorio bielorruso)  y Veronika Tsepkalo.

Por consiguiente, algunos medios hablan de una suerte de Revolución de las Mujeres, un apelativo que podría ser apresurado. Tikhanovskaia ha aclarado en que no le interesa gobernar a largo plazo e insiste en acelerar una transición que permita elecciones libres y un nuevo modelo político con mayores libertades. Tras la represión decidió exiliarse en Lituania y, hasta ahora, no existe una propuesta clara que haga pensar en un proyecto estructurado. Sin embargo, su aura de independiente, ciudadana del común y apolítica pueden jugar a su favor como ha ocurrido en otros casos donde las revoluciones espontáneas reemplazan los proyectos políticos más elaborados.

@mauricio181212