Los crudos enfrentamientos entre Armenia y Azerbaiyán no solo ponen en riesgo la estabilidad de la zona del Cáucaso, sino que evidencian cómo el mundo depende cada vez más de poderes emergentes o (remergentes) como Rusia y Turquía, actores de la comunidad internacional más comprometidos y con mayor influencia en la zona. No es la primera vez que armenios y azerbaiyanos se enfrentan, pues episodios similares ocurrieron en 2008, 2010, 2012, 2014, 2016 y 2018. Por ende, es fácil suponer la animosidad entre ambas naciones surgidas tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, pues su desintegración dejó al descubierto las tensiones geopolíticas de poblaciones divididas arbitrariamente.

Para entender el choque en la zona de Nagorno Karabaj (donde se encuentra el territorio del Alto Karabaj), que cubre 4400 km2 y donde habitan unas 150 mil personas de mayoría armenia enclavada en territorio azerbaiyano, es indispensable remontarse a las épocas de José Stalin. En 1920, Georgia, Armenia y Azerbaiyán pasaron a conformar la República Federal Socialista de Transcaucasia, y por decisión del líder soviético, la región que hoy está en disputa, se incluyó dentro de la jurisdicción de Azerbaiyán, donde habitaban mayoritariamente musulmanes a pesar de que en Nagorno Karabaj prevalecía la población armenia y cristiana. Se trataba de ir quebrando la voluntad nacional de los pueblos del Cáucaso para que se integraran en el proyecto multinacional soviético. 

Aquel experimento fue un fracaso. Los armenios denunciaron campañas para reducirlos, por lo que una parte representativa decidió abandonar ese territorio para instalarse en Armenia. En 1988, tras la campaña de transparencia y reforma en cabeza de Mijael Gorbachev, se le concedió mayor autonomía a dichas zonas, producto de lo cual se organizó una consulta popular para unir dicho territorio al armenio como correspondía según los porcentajes poblacionales. En agosto de 1991, Azerbaiyán declaró su independencia y en septiembre, los armenios en la región del Alto Karabaj votaron en una consulta popular por la independencia que, sin embargo, jamás fue reconocida internacionalmente. Desde entonces, la guerra ha sido la constante y tal vez el peor escenario ocurrió a mediados de los 90 cuando murieron unas 30 mil personas. En 1994 se firmó un cese al fuego cuyos principales observadores han sido Francia, Estados Unidos y Rusia, esta última en la práctica, con influencia real en la zona para detener la violencia.

Esta semana y sin un motivo aparente, Baku llevó a cabo una nueva ofensiva militar con aviones de combate, helicópteros y blindados, lo que ha causado enorme preocupación por una nueva desestabilización en una región que, por el paso de oleoductos y gasoductos, es esencial para el abastecimiento en el mundo. Turquí, aliada natural del gobierno azerí, anunció rápidamente su apoyo, lo que Nikol Pachinian, primer ministro armenio, denunció como una injerencia. Algunos medios incluso han hecho circular la idea de que Ankara estaría movilizando combatientes desde el norte de Siria hasta el territorio del Alto Karabaj. Rusia, entretanto, ha insistido en el alto al fuego a pesar de las acusaciones todavía no comprobadas de que estaría detrás del ataque azerbaiyano como represalia contra Armenia por la condena que pesa en contra del expresidente pro ruso Robert Kotcharian. 

El escenario en el Cáucaso permite ver los riesgos que se desprenden de tensiones geopolíticas que se pensaban superadas y que comprueban la importancia de las potencias regionales en la estabilidad. En el pasado, se descartó la influencia de Rusia en la recomposición de los Balcanes Occidentales o la de Irán en territorio iraquí o afgano en años más recientes. La señal es contundente: el mundo se aproxima a un esquema menos dependiente de Estados Unidos y donde el fortalecimiento de poderes regionales y de instituciones resulta urgente. 

@mauricio181212