La elección de Estados Unidos es un tema de la mayor relevancia en Colombia, pues se trata del aliado más estable del país en los últimos años y ha sido uno de los mayores cooperantes de cara al postconflicto. En el gobierno de Barack Obama, Washington apoyó el proceso de paz con las Farc y nombró como enviado especial a Bernard Aronson, una decisión inédita que comprobó su interés porque Colombia cerrara una página de décadas de enfrentamiento armado y uno de los pocos resquicios vigentes de la cuasi extinta Guerra Fría. Ya en el pasado, en el proceso fallido de Andrés Pastrana, Estados Unidos había apoyado la negociación, pero el indolente y absurdo asesinato de los antropólogos estadounidenses Terence Freitas, Ingrid Washinawatok y Laheenae Gay a manos de las Farc acabó con cualquier apoyo significativo para los diálogos posteriores.

El involucramiento de Estados Unidos en la paz en Colombia no es un capricho, ni se trata de una política o apuesta de corto plazo. Por eso, la postura de algunos políticos colombianos de utilizar el debate actual en ese país para obtener réditos políticos internos constituye un grueso error. En realidad, más que afectar la relación binacional o pesar en la elección, pone en evidencia el retroceso en política exterior que han supuesto los dos años de gobierno de Iván Duque y el Centro Democrático.

Lo ocurrido con Donald Trump, de señalar a algunos líderes de izquierda en América Latina como propagadores de una ola a anarquismo y socialismo, debe ser entendida a la luz de la dialéctica estadounidense y de un discurso anti-establecimiento que por esa característica está lejos de representar los intereses de ambos partidos. En consecuencia, el apoyo que algunos políticos colombianos, especialmente el que congresistas le puedan expresar al actual presidente, no solo constituye una torpeza porque parte de un cálculo cortoplacista, sino porque se aleja incluso de los valores del propio Partido Republicano.

Es poco probable que Washington tome retaliaciones contra quienes se han expresado a favor en o contra de Trump y Biden. El verdadero problema del cabildeo pendenciero, improvisado y ramplón de algunos políticos colombianos consiste en poner en evidencia el desprecio por la política exterior como un campo que requiere del conocimiento, sosiego, profesionalización y cálculo político. Aludir a la libertad de expresión como principio para participar de la campaña estadounidense por parte de políticos del Centro Democrático, pone en evidencia la carencia absoluta de liderazgo del ejecutivo en política exterior y muestra las consecuencias del abandono de cualquier iniciativa a largo plazo en ese terreno desde que Iván Duque asumió la presidencia.

Extender a la política exterior los debates nacionales ideológicos, principal estrategia del gobierno actual, ha demostrado en el pasado ser una apuesta riesgosa, no solo porque se parte de la premisa de que las prioridades en el campo internacional van cambiando drásticamente de una administración a otra, sino porque Colombia se aleja del imperativo constitucional de privilegiar las relaciones con América Latina. Si bien en todos los gobiernos del mundo existen tensiones entre diplomáticos de carrera y aquellos nombramientos políticos (estos últimos necesarios para garantizar la coherencia ideológica respecto del gobierno de turno), las salidas en falso de funcionarios del ejecutivo y legislativo colombiano las agravan.

Las posturas orgullosamente reivindicadas por María Fernanda Cabal o Juan David Vélez boicotean el trabajo de años o décadas de funcionarios del servicio exterior colombiano, que sin renunciar a la tan mentada libertad de expresión preservan el profesionalismo para anteponer a sus intereses individuales los del país.

La relación con Estados Unidos requiere de más altura y de abandonar de una vez por todas la desgastada estrategia de justificar en lealtades, decisiones erráticas de la política exterior.

mauricio181212