Como pocas veces en la historia reciente, una parte representativa de Europa ha sido víctima de atentados dramáticos contra personas indefensas llevados a cabo por simpatizantes de algún grupo perteneciente a la red Al Qaeda o del Estado Islámico como acaba de suceder en Austria, donde una agresión inédita dejó cuatro muertos luego de que un hombre abriera fuego sobre un grupo de personas que disfrutaba de las últimas horas al aire libre, antes de volver al confinamiento ordenado a causa de la pandemia. Paralelamente, Francia aún sufre la muerte trágica y dramática de Samuel Paty, profesor de historia en secundaria, decapitado por mostrar a sus alumnos una caricatura de Mahoma. El horrendo crimen trae a la memoria la coyuntura crítica de 2006, cuando medios impresos de Dinamarca y Noruega publicaron una serie de caricaturas de Mahoma, una representación proscrita por buena parte del islam.
Todo empezó en Dinamarca cuando un caricaturista del diario Politiken confesó públicamente las dificultades para realizar un dibujo con ilustraciones del profeta para niños y su testimonio alcanzó tal envergadura que, diarios daneses y noruegos, Jyllans Postem y Magazinet, publicaron dibujos en las que aparecía Mahoma provocando una tormenta política con protestas diplomáticas del mundo árabe y musulmán y anuncios de boicots contra productos de esos países. La ola de protestas (varias terminaron en violencia) se extendió por Medio Oriente y el Sudeste Asiático y, derivó en amenazas contra varios medios europeos que en solidaridad publicaron las caricaturas, y contra ciudadanos, además de los nórdicos, de Alemania y Francia. Esto inauguró un pulso entre algunos medios europeos que veían en las protestas una intimidación a la libertad de expresión y algunos países musulmanes, e incluso no religiosos que consideraban las caricaturas como una innecesaria provocación.
Charlie Hebdó, semanario satírico francés, desempeñó un papel importante, pues en varios episodios de la Primavera Árabe publicó caricaturas que tocaban temas sensibles para el islam y que llevaron a decenas de manifestaciones violentas e intimidatorias contra el medio. En enero de 2015, el ataque contra su sede en París, en el que murieron doce personas, puso en evidencia la complejidad del problema. El atentado fue reivindicado no por el recién creado, en ese entonces, Estados Islámico como todo indicaba, sino por Al Qaeda en la Península Arábiga, perteneciente a la red globalmente conocida y responsable de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
El crimen de odio que acabó con la vida del profesor Samuel Paty en Francia ha puesto en evidencia los enormes riesgos a los que se enfrenta el ideal de un diálogo de civilizaciones en el que prevalezca la libertad de expresión. Los atentados inspirados en la apología a las discriminaciones religiosas vienen marcando la pauta en Europa (Alemania, Austria, Bélgica, Francia, España y Turquía, entre otros) con un preocupante común denominador: acciones realizadas por jóvenes europeos seducidos por grupos fundamentalistas musulmanes y con una convicción vehemente sobre la legitimidad de ideas absolutamente incompatibles con el humanismo que buena parte del mundo cree reivindicar.
Claro está, en cada atentado en territorio europeo aparecen los testimonios velados de quienes justifican esta violencia o la relativizan recordando que en otras latitudes menos apreciadas por Occidente, como Asia Central, Medio Oriente o el África Subsahariana, han muerto muerto miles de personas de la misma manera, sin que los medios hagan semejantes despliegues para concienciar acerca de las víctimas de la intolerancia religiosa. En realidad, los medios internacionales, sobre todo los europeos, a quienes se acusa de ignorar ese tercer mundo, suelen reportar con detalle atentados de este tipo, en especial en la zona del Sahel, donde en países como Nigeria, Níger y Mali en el último tiempo abundan las masacres, torturas y secuestros. De igual forma, informan sobre atentados en el Sudeste Asiático, Medio Oriente y otras zonas golpeadas por crímenes basados en este odio. Por tanto, la postura que relativiza el dolor europeo es injustificable pero cada vez más frecuente, por lo que es urgente entender que no hay zona del mundo que se encuentre al abrigo del tentador discurso basado en los odios dogmáticos bien sea por la etnia, la religión o las interpretaciones históricas. Asomarse, por doloroso que sea, a la trágica muerte del profesor Paty constituye un deber inexcusable para entender que ninguna libertad se ha terminado por conquistar en ese turbulento siglo XXI.
@mauricio181212