El establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y el Reino de Marruecos sigue modificando el mapa geopolítico de Oriente Medio y le otorga a Estados Unidos un margen de influencia del que desde hace mucho tiempo no gozaba. Sin embargo, la maratónica actividad liderada por Donald Trump para aprovechar las últimas semanas en el poder y obtener reconocimientos invaluables para Tel Aviv tendrá efectos en el largo plazo, especialmente sobre el mundo árabe que aparece más divido, diezmado y como consecuencia más notoria: menos influyente en una salida definitiva al conflicto palestino-israelí. Es normal que israelíes y estadounidenses se regocijen del reconocimiento no solo marroquí sino de saudíes, emiratíes y sudaneses que, en su afán de insertarse efectivamente en el sistema internacional han optado por un acercamiento sin antecedentes a Occidente.
La decisión de Rabat pone en evidencia la fórmula que ya había aparecido en Egipto a finales de los 70, cuando estableció relaciones diplomáticas y selló la paz luego de décadas de intensas guerras y tensiones geopolíticas. Se trató de la recuperación de territorios a cambio del reconocimiento del aliado más importante para Estados Unidos en la zona. En ese momento, El Cairo entendió que era la forma más expedita para recuperar la Península del Sinaí anexada por los israelíes en la Guerra de los Seis Días en 1967. A cambio del gesto diplomático, Rabat ha obtenido el reconocimiento de su soberanía sobre el territorio del Sahara Occidental reivindicado por la República Árabe Saharauí Democrática (RASD), que tiene reconocimiento de la Unión Africana, hecho que por décadas avinagró las relaciones de esa organización con Marruecos hasta el punto que decidió su retiro y solamente en 2017 reingresó. Como ocurrió con el reconocimiento unilateral de Jerusalén como capital israelí y su soberanía sobre los Altos del Golán se teme porque esta decisión de Washington afecte los diálogos apoyados por Naciones Unidas para encontrar una solución definitiva a la cuestión saharaui. Al igual que en el tema palestino, se trata en últimas de un golpe muy duro para las instituciones internacionales a las que se pasa factura por su falta de efectividad en temas en los que pasan las décadas y no se comprueban avances.
De otro lado, vale la pena insistir en que el reconocimiento reciente a Israel por parte de estos países árabes no es comparable con el que obtuvo de Egipto, pues no se está firmando la paz con el enemigo, sino con estados que no han desempeñado ningún rol de importancia en la cuestión palestina o en las guerras históricas árabes-israelíes. Difícilmente se puede pensar en una normalización de relaciones si no se busca un acuerdo parecido con El Líbano, Palestina y Siria, estados que tienen territorio en disputa con Israel y que son en la actualidad los más reacios a un acercamiento. Si se toma en cuenta la decisión de Rabat y el Cairo de reconocer a Tel Aviv a cambio de territorios, solo podrá pensarse en una paz a largo plazo en la zona, si se devuelve el territorio arrebatado a libaneses (Granjas del Shebaa), sirios (Altos del Golán) y palestinos (fin de la ocupación, reconocimiento de Jerusalén oriental como capital y soberanía sobre las fronteras) y si acaba definitivamente con el genocidio que cada año se comprueba y pone en riesgo la existencia de Palestina como pueblo.
La gran incógnita es si Marruecos está dispuesto a tener una relación de pares con Israel para exigirle el fin de la ocupación y desestimar la declaración de Jerusalén como su capital indivisible. La única forma en que estos estados pueden tener liderazgo en el mundo y recuperar su prestigio en el mundo árabe consiste en adoptar una postura más digna frente a Tel Aviv, si eso no ocurre Irán y Turquía se seguirán consolidando como potencias regionales y terminarán por convertirse en únicos aliados visibles e influyentes de la causa palestina.
@mauricio181212