El acuerdo nuclear con Irán fue uno de los grandes avances de la política exterior de Barack Obama, y la posibilidad de que bajo el liderazgo de Joe Biden se reviva significa el retorno a uno de los éxitos más significativos de la diplomacia multilateral, en momentos en que urge respaldo a las instituciones internacionales y a los acuerdos basados en compromisos verificables. Desde el retiro del acuerdo nuclear logrado en 2015, el endurecimiento de sanciones contra Teherán ha sido la principal consecuencia. El acuerdo quedó en manos de la Comisión Conjunta del Plan de Acción Integral, compuesta por Alemania, China, Francia, Reino Unido y Rusia. El pacto, objeto de duras críticas en campaña y bajo la administración de Donald Trump, no solo es importante porque implica un antecedente de que es posible vigilar un programa nuclear para garantizar que cumpla con propósitos estrictamente civiles, sino porque llega en momentos en que Europa, China, Rusia y Estados Unidos necesitan de un tema de convergencia, luego de disputas a lo largo de los últimos años entre Washington y el resto por el discurso nacionalista de Donald Trump, por los choques recientes entre Bruselas y Beijing, a propósito de los derechos humanos de la minoría uigur, las sanciones sobre algunos dirigentes rusos por el arresto del opositor Alexey Navanly y la agotadora salida de Londres del bloque europeo.
Por eso, la retoma de las negociaciones que entrañaban la renuncia por parte de Irán al desarrollo de armamento nuclear pactando unos porcentajes de enriquecimiento de uranio, certificados por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), es pertinente pero ocurre «a contrarreloj». La política de endurecimiento de sanciones de Trump golpeó fuertemente la economía iraní, lo que suele tener un impacto en la correlación de fuerzas políticas en ese país del Medio Oriente. Esto quiere decir que tiende a fortalecer el campo conservador (o radical) crítico de lo que entiende como concesiones respecto de Estados Unidos y el derecho al desarrollo de potencial nuclear, contemplando incluso las capacidades militares, garantía de que ningún Estado estaría en disposición de atacar Irán.
En el pasado reciente, en plena guerra global contra el terrorismo, la postura agresiva de Estados Unidos en el denominado Gran Medio Oriente coincidió con los dos mandatos del conservador y nacionalista Mahmmoud Ahmadinejad. En esos ocho años, se vivieron tensiones a propósito de posibles ataques no solo por parte de Washington sino incluso de Israel. Por eso existe cierta prisa y temor por el proceso electoral iraní que se llevará a cabo en junio de este año y estará seguramente condicionado por el tema nuclear, no tanto por consideraciones sobre el campo energético o militar, sino por el recorte de sanciones con terrible impacto en la economía. El surgimiento de un frente conservador, luego de dos mandatos del moderado Hassan Rohani, hace temer por futuras confrontaciones, al tiempo que el rol de Teherán en la zona es indispensable para la estabilización de Irak y Siria. El acuerdo que desde hoy se renegocia con la novedad de la presencia de Estados Unidos no es una fórmula mágica, pero significa la puesta en escena de un mecanismo para controlar la proliferación nuclear y el retorno del multilateralismo en un tema donde, a pesar de complejos disensos, las principales potencias parecen converger.
@mauricio181212