La conversación telefónica entre Joe Biden e Iván Duque confirma la relevancia que Colombia tiene para los Estados Unidos como aliado estratégico más importante de Suramérica y el segundo país más relevante y estable para sus intereses en América Latina después de México. El primer contacto que se produce entre ambos mandatarios es significativo porque ocurre sin intermediarios. Recientemente, Duque se había entrevistado presencialmente con el asesor de Biden para América Latina, Juan González, de origen colombiano, y quien ha manifestado en varias ocasiones la voluntad de Washington por reforzar los lazos con Bogotá. A pesar de que la noticia haya sido recibida con entusiasmo por el gobierno colombiano, se debe llamar a la mesura, pues en esta administración Colombia ha cometido errores crasos en su relación con los Estados Unidos, que fueron corregidos tardíamente o simplemente se dejaron intactos.

No deja de ser llamativo el hecho de que la llamada llegue cinco meses de entrada en vigencia del gobierno de Biden y que, además, una vez más, Washington reitere su interés por temas que van mucho más allá del narcotráfico. Iván Duque centró la relación con Estados Unidos en la erradicación de los cultivos ilícitos, en respuesta a que, durante los tres años en que coincidió con Donald Trump, para su homólogo no parecía haber otro tema importante sobre la mesa. El principal error del cálculo de la administración colombiana consistió en equiparar la buena relación con Washington a los lazos con Trump, sin ponderar el peso de funcionarios del Departamento de Estado, ni del Senado, cuyo peso en las decisiones que se toman respecto de Colombia es notable. Cabe recordar que fue el Congreso el que salvó al país de recortes en la ayuda propuesta por el expresidente republicano. El gobierno colombiano, cuya agenda exterior parece en manos del Centro Democrático, presumió que habría sintonía absoluta entre su lectura de los Acuerdos de La Habana y la de los Estados Unidos. Aquello ignoró la importancia de la paz en sectores republicanos, pues se trata de un apoyo bipartidista y, partiendo de semejante prejuicio, se socavó un principio sostenido por todas las administraciones colombianas desde los noventa: la búsqueda de apoyos de ambos partidos para el mantenimiento de una relación que es vital no para el gobierno, sino para el Estado colombiano. El apoyo expreso a la reelección de Trump por parte del partido de gobierno colombiano confirmó que, en el afán por desmarcarse de Juan Manuel Santos, Duque terminó boicoteando décadas de gestión de la política exterior colombiana.

La agenda que propone Joe Biden es amplia y en contraste con el enfoque de Trump, basado en los cultivos de uso ilícito, agrega temas como los derechos humanos, la migración venezolana, la paz y el medio ambiente. Esto significa una lección histórica para Colombia que demuestra que la política exterior no es un asunto solo del gobierno de turno, sino que concentra los intereses del conjunto del Estado y obliga a que, a pesar de las diferencias ideológicas entre administraciones de turno, exista grandeza para continuar con aquello que comprobadamente ha funcionado. Así había ocurrido desde comienzos de los 90 cuando todos los presidentes, con excepción del actual, entendieron la relevancia del apoyo bipartidista estadounidense a Colombia. En el año que resta, el gobierno deberá abandonar la estrategia dilatoria sobre la concreción de varios aspectos de los Acuerdos de La Habana, tomarse en serio su papel en la región como receptor de migrantes venezolanos sin politizar el tema y, por último, deberá entender que el abandono del discurso sobre la responsabilidad compartida en materia de drogas, que enfatiza en que los llamados «países consumidores» asuman su parte, es el peor de los fracasos de su política exterior.

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