Las inusuales protestas que han sacudido a Cuba son, en varios sentidos, inéditas, pues no se había visto que en varias ciudades (San Antonio de los Baños, Santiago, Camagüey, Bayamo) se presentaran señales significativas de inconformismo. Sin embargo, al tiempo rememoran manifestaciones claras de disidencia como las de 1980 y 1994. Nada es simple cuando se refiere a Cuba, por eso se deben evitar los simplismos de ambos extremos. De un lado, al que apunta a que todo es responsabilidad del embargo económico y de otro, que Cuba vive bajo el yugo de una despoja dictadura en la que se justifica cualquier acción con tal de revertir el establecimiento.
Lejos de los análisis que apuntan a que en Cuba nada ha cambiado, se debe recordar que varios aspectos se han transformado. Eso sí, de manera paulatina y probablemente sin llenar las expectativas de quienes esperaban una transición como la ocurrida en los países de Europa Central y Oriental cuando el socialismo real fracasó abriendo paso a la globalización. Cuba sobrevivió contra todo pronóstico apoyada en las conquistas sociales de la revolución y la apertura liderada por Raúl Castro y los militares que permitió el «cuentapropismo», la circulación del dólar y se abrió a la inversión extranjera, potenciada por el turismo. Posteriormente, con la llegada de Hugo Chávez en momentos en los que Venezuela producía casi 4 millones de barriles diarios, Cuba llegó a recibir hasta 500 mil diarios que parecían dejar atrás las épocas de los cortes de electricidad. Cuando Barack Obama optó por restablecer relaciones diplomáticas parecía cerrarse uno de los pocos capítulos abiertos de la Guerra Fría. No obstante, con Donald Trump no solamente volvieron las sanciones, sino que como nunca en la historia se endureció el embargo, con la activación del título III de la Ley Helms-Burton que le permite a cualquier ciudadano estadounidense que se sienta afectado por las nacionalizaciones de la Revolución Cubana demandar ante tribunales por una indemnización.
El embargo económico y el coronavirus son, en buena medida, responsables de la crisis que arrastra Cuba, sin que aquello implique desconocer la responsabilidad del Partido Comunista Cubano (PCC), real detentor del poder, más allá de la figura de Miguel Díaz Canel. La degradación de la situación también ocurre por la decisión de eliminar el peso convertible cubano y aumentar los salarios sin que aquello fuese de la mano con un aumento en la producción. Esto terminó por estimular el mercado negro y por disparar la inflación. A esto se suma la reducción de las remesas, en el último tiempo una fuente preciosa de divisas. En este complejo panorama, el mantenimiento de sanciones es injustificable.
Contrariamente a lo que se piensa, el sistema político cubano no funciona alrededor de una figura, sea Fidel o Raúl Castro o el actual primer mandatario, sino de un esquema colegiado del PCC. Se trata de una tendencia comprobada desde 1976, cuando se aprobó la Constitución que dejó un sistema donde todo reposa sobre el partido. La reforma constitucional aprobada en 2019 significó avances sustanciales, pues se reconocieron como permanentes algunas de las iniciativas aperturistas de los 90. Sin embargo, son varios los pasivos del proceso, por ejemplo, en lo que tiene que ver con el matrimonio igualitario y los derechos de la población LGTBI, tabú en la historia de la revolución.
En plena pandemia y cuando la escasez golpea fuertemente a la población, es normal que se multipliquen los pedidos para que se levanten las sanciones, pues en semejante crisis económica Cuba necesita acceso a divisas. Los defensores a ultranza del embargo hablan de que las sanciones no cubren medicamentos ni alimentos. Sin embargo, es prudente recordar que, por consecuencia del bloqueo, el país no accede a las divisas necesarias para la compra de insumos médicos, fármacos o alimentos. Valga recordar además que no toda condena del bloqueo económico, contrario al derecho internacional, significa necesariamente simpatía ideológica por el comunismo.
Cuba, desde hace varios años, es testigo de un activismo social potenciado por las redes como el que ha condicionado la política en Medio Oriente, América Latina y Europa, escenarios de grandes movilizaciones en el último tiempo. La isla deberá encontrar un nuevo equilibrio en la prueba de mayor envergadura en la era post castrista, comparable con la desaparición de la URSS. El PCC deberá adaptarse a las nuevas circunstancias y hacer compatible el comunismo con las demandas cada vez más complejas de una sociedad que no deja de cambiar.
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