El secuestro de la religiosa colombiana Gloria Cecilia Narváez fue poco seguido por los medios colombianos y tras 4 años de cautiverio, llega la noticia de que fue liberada en uno de los momentos más críticos para la seguridad y estabilidad de Malí y del resto de países de la Franja o Cinturón del Sahel, en el África Subsahariana (Chad, Burkina Faso, Niger, Nigeria, Mauritania y Sudán). ¿Qué pasa en Malí? ¿Por qué esta zona tiende a convertirse en el epicentro del terrorismo jihadista? He aquí una explicación del infierno del que salió ilesa Narváez, una religiosa colombiana que durante cuatro años estuvo retenida por el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (Jama´at Nasr al-Islam wal Muslim).

Hace poco, varios medios internacionales indagaban sobre la posibilidad de que Malí se convirtiera en un segundo Afganistán, a raíz de la salida dramática de las tropas estadounidenses de Asia Central, y por un fenómeno que se viene constatando desde hace varios años sin que se repare en su gravedad: una de las consecuencias de la guerra global contra el terrorismo lanzada por Estados Unidos 20 años atrás, ha sido el desplazamiento del terrorismo desde el Medio Oriente y Asia Central -donde cada vez es más contenido- hacia la Franja del Sahel.

Desafortunadamente, en América Latina los medios hablan poco de la frecuencia insólita y preocupante de atentados en estos años contra colegios de niñas y niños en Níger, Nigeria y, en menor medida, en otros Estados de la zona, donde se viven constantes masacres y secuestros a manos de diversos grupos como Ansar Eddine, Boko Haram, Al-Shebab, Al-Mourabitoune o Ansar al-Charia, entre otros. Estos solían jurar lealtad la red Al Qaeda, luego al Estado Islámico y ahora ven en el Emirato de Afganistán, bajo control talibán, un ejemplo a seguir.

Ahora bien, el desmembramiento de Mali no es un tema nuevo. En 2012 y bajo un escenario de caos, los militares le propinaron un golpe de Estado a Amadou Toumani Touré por su debilidad para controlar los alzamientos tuaregs e islámicos que golpeaban varias ciudades del país. Fue una de las tantas consecuencias de la caída de Muammar Gaddafi, con el apoyo de la OTAN, que hizo que miles de combatientes libios se dispersaran por la zona. Posteriormente, el grupo de rebeldes tuareg declaró la independencia de la región de Azawad fronteriza con Argelia, Níger y Burkina Faso. No obstante, el grito independentista no fue seguido por ningún Estado de la zona y los militares poco a poco recuperaron un tímido control. Desde entonces, la zona no ha dejado de estar en disputa. Por eso no es extraño que Narváez hubiese sido retenida en 2017 en Karangasso, entre Malí y Burkina Faso, donde las retenciones en el último tiempo son el común denominador. Como referencia, en 2019, dos militares franceses que participaban de una operación de rescate a un grupo de turistas franceses, estadounidenses y surcoreanos fueron asesinados.

En 2020, se repitió la historia del golpe de una década atrás. Esta vez, los militares depusieron a Ibrahim Boubacar Keita por la falta de control frente al raudo avance de los grupos dijadistas y, por si fuera poco, en mayo de este año otro golpe tuvo lugar contra el exmilitar Ba N’Daou, designado como interino para una transición. Se trató de «un golpe dentro un golpe de Estado». La liberación de la religiosa colombiana se logró tras meses de negociación y constituye una buena noticia pues no todos corren con igual suerte, especialmente en una zona donde los rehenes o secuestrados son utilizados como botines de guerra. Lo triste es la forma como el terrorismo ha gangrenado esta zona del África.

A diferencia de Asia Central o Medio Oriente, donde existen estructuras estatales más fuertes por el autoritarismo, la debilidad estatal y militar es una característica común que junto al poco interés internacional conspiran para que esta zona se convierta en un nuevo Afganistán, Libia o Siria, sin aparente salida en el corto plazo.

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