No parece exagerado afirmar que El Líbano correo el riesgo de revivir la guerra civil que, entre 1975 y 1990, desangró al país provocando la muerte de más de cien mil personas. Durante la contemporaneidad, EL Líbano ha sido territorio de las tensiones geopolíticas de varios actores de la zona y ha servido como escenario indirecto de la confrontación entre israelíes y palestinos, comunidades chiitas y sunitas del mundo musulmán, y durante varios años ha tratado deshacerse de la influencia siria que varios sectores consideran abiertamente injerencista. He aquí algunos elementos para entender el rompecabezas de la tragedia libanesa y en el que hoy parece posible evocar la guerra civil.

El país arrastra una crisis económica en la que la escasez ha sido el común denominador y que se terminó agravando por la explosión del puerto de Beirut en agosto de 2020. El suceso dejó dos centenares de muertos y fue causado por la almacenaje de nitrato de amonio, sustancia utilizada para la fabricación de explosivos. Todavía no se han establecido las responsabilidades, pero en medio de la investigación los dos movimientos políticos chiitas más influyentes, Amal y Hezbollah, han emprendido una ofensiva contra el juez designado Tarek Bitar a quien señalan de parcialidad para afectar sus intereses. En una demostración de fuerza exigieron su reemplazo lo que derivó en violentos enfrentamientos que dejaron un saldo de 6 personas muertas. Para terminar de agravar la situación, Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbollah actor clave en la gobernabilidad libanesa de los últimos años, anunció que contaban con 100 mil combatientes preparados para la guerra. Asimismo, advirtió a varios sectores políticos, en concreto a los cristianos en cabeza de Sami Geagea, principales rivales -cuya animadversión fue causante del conflicto civil en el siglo pasado- de abstenerse de tomar medidas en contra de la población chií que pudieran revivir la guerra entre comunidades. Esta rivalidad entre cristianos y chiitas ha sido fuente de constantes tensiones en el último tiempo a la que se suma el factor sirio.

En febrero de 2005, El Líbano vivió la Revolución del Cedro cuando fue asesinado el expremier Rafic Hariri, enemigo de la influencia siria. Su muerte desató un movimiento de indignación nacional que habría terminado o al menos mermado con la actividad de los servicios de inteligencia de Damasco a lo largo del territorio libanés y habría dejado en mala posición a Hezbollah, principal aliado sirio en el país. Un año después, estallaría la guerra entre esa milicia chií e Israel, en la que el terrritorio libanés fue desproporcionalmente agredido por Tel Aviv. Desde entonces, El Líbano asiste a una reacomodación de fuerzas en detrimento de su estabilidad y en cada refundación o pacto nuevo de gobiernabilidad parece haber una esperanza que, finalmente se deshace por la ausencia de estabilidad a largo plazo. La peor consecuencia de semejante escenario que parece repetirse es la constante evocación del retorno de la violencia intercomunitaria de lo que alguna vez fue la «Suiza de Oriente Medio».

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