La guerra que ha vivido Etiopía en el último tiempo puede conducir a una catástrofe de dimensiones en las que el mundo aún no repara en una mezcla de apatía, poca información y estupefacción. Esta reflexión es un llamado de atención para entender una tragedia que ocurre en medio del desinterés de la mayoría de medios de comunicación en América Latina.

Desde hace aproximadamente un año y medio, se han presentado fuertes enfrentamientos entre el gobierno central, en cabeza del premier Abiy Ahmed, y las milicias del Frente Popular de Liberación del Tigré (FPLT). Esta última aglutina a rebeldes que consideran como ilegítimo el poder ejercido desde la capital, Adís Abeba, y han pretendido la autonomía o incluso la independencia de esta región ubicada al norte del país en la frontera con Eritrea, hace algunos años enemigo declarado etíope.

Aunque el conflicto haya estallado en medio de la pandemia, tiene raíces más profundas que se explican por el poder que en los últimos años ha alcanzado el FPLT, actor clave en el derrocamiento del gobierno comunista a comienzos de los 90. Desde su creación a mediados de los 70, dicho Frente ha promovido una suerte de nacionalismo étnico para luchar contra lo que considera como una exclusión por parte del grupo dominante, los amhara. El FPLT que originalmente tuvo una orientación marxista terminó distanciándose del modelo soviético para abrazar los valores revolucionarios chinos. De esta forma, luchó contra el régimen de Mengistu Haile Mariam cercano a Moscú hasta su caída en 1991. Desde entonces, la dirigencia del Tigré gozó de enorme influencia en el establecimiento. Pero los problemas comenzaron con la llegada de Abiy Ahmed, en 2018,  que pretendió socavar el poder de los líderes tigré mediante nombramientos que fueron excluyendo a miembros del FPLT, todo con al ánimo de fortalecer la unidad nacional ante el poder en ascenso que venía acumulando la región.

En 2020, en plena pandemia, se debían llevar a cabo elecciones en el Tigré; no obstante, fueron pospuestas por la crisis sanitaria, gesto interpretado por las autoridades regionales como un intento por sacar provecho de la coyuntura para tomar el control efectivo de la zona. En noviembre de ese año se produjo un ataque contra militares etíopes por parte del FPDT que activó la guerra y desde entonces, se estima que el número de muertos pueda superar los 52 mil, los desplazados 2 millones y medio millón de personas se encuentran bajo el riesgo de hambruna. Un panorama desolador en una región donde las guerras han hecho profunda mella (Etiopía-Eritrea, Somalia, Sudán, y el terrorismo a lo largo del Cinturón del Sahel).

La Unión Europea ha hecho varios pronunciamientos sobre la gravedad de la situación y junto a Estados Unidos han formulado duras críticas al gobierno de Ahmed. En el caso del segundo, ha impuesto varias sanciones sobre militares involucrados en la violación de derechos humanos y tomó la decisión de suspender ventajas comerciales. Sin embargo al igual que en otros escenarios, las sanciones han tenido pocos efectos. Las comparaciones con tragedias como Biafra, la ex Yugoslavia, Palestina o Somalia no son del todo infundadas, aunque las diferencias sean pronunciadas. Más allá de los matices de cada escenario, tienen comunes denominadores: violaciones masivas a los derechos humanos, crímenes de guerra, desplazamientos forzados, efectos regionales de desestabilización y la impotencia internacional para aportar una solución urgente.

Este caso particular recuerda la tragedia biafreña cuando una zona de Nigeria declaró su independencia en mayo de 1967, y en respuesta, la junta militar liderada por Yakubu Gowon inició una ofensiva que consistió en el desabastecimiento apelando a la hambruna sistemática como arma de guerra. Como testimonio de la crudeza de este triste capítulo de la historia nigeriana aparece la desgarradora novela de Chimamanda Ngozi Adichie «Medio sol amarillo». Se cree que en Biafra murió un millón de personas ante la mirada impávida de la comunidad internacional, salvo de algunas ONG como Médicos sin Fronteras que arriesgaron todo por llevar la ayuda a los más necesitados. La crisis que enfrenta Etiopía no está lejos de convertirse en otro paradigma de la impotencia internacional, con el agravante de que, a diferencia del pasado, existen las redes sociales y las nuevas tecnología de la comunicación hasta la fecha, poco efectivas para para detener o siquiera crear consciencia sobre este tipo de tragedias.

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