El mundo observa con preocupación la tensión en aumento entre Moscú y Washington a propósito de Ucrania, ex república soviética que consiguió su independencia en agosto de 1991. Esta se ha convertido en la principal razón de discordia e incluso hace temer por un enfrentamiento militar, situación inédita en lo corrido de la era de la globalización. ¿Es posible una confrontación armada entre Estados Unidos, Reino Unido y Rusia a raíz de las tensiones con Ucrania?, ¿cuál es el origen de semejante crisis?, ¿qué papel desempeñan otros Estados u bloques como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o la Unión Europea (UE)?, ¿ es posible avizorar una salida en el corto plazo?
La crisis que tiene en vilo a Europa, tiene dos génesis. Primero, la denominada Revolución Naranja entre 2004 y 2005 que significó la llegada al poder de Víktor Yúshchenko, cercano a Occidente y férreo critico de la alineación ucraniana a Rusia. Hasta ese entonces, Kiev y Moscú habían preservado una alianza que súbitamente fue cortada por el levantamiento popular, originado en las acusaciones de fraude que habían conducido a la victoria en las elecciones que cerraban 2004 de Víktor Yanukóvich cercano a Rusia. La entonces «guerra de los Viktor» se saldó con una victoria apabullante pero momentánea para el pro occidental Yúshchenko proclamado presidente luego de ganar unas elecciones que se repitieron y marcaban un acercamiento sin antecedentes entre Ucrania y Occidente. Se trataba además de un contexto adverso para los intereses rusos, pues no solo perdía a su aliado ucraniano sino que, previamente un levantamiento similar había ocasionado un viraje radical en Georgia donde se imponía el pro occidental Mijeíl Saakashvili tras la larga era de Eduard Shevardnadze, amigo de Moscú y quien se había desempeñado como último canciller soviético. Ese mismo 2005, ocurrió la Revolución de los Tulipanes en Kirguistán a través de la cual cayó el aliado ruso Askar Akáyev. Y, como si fuera poco, la Unión Europea se amplió en mayo de 2004 a varios Estados, otrora repúblicas soviéticas o aliados de Rusia como la República Checa, Polonia, Hungría, Letonia, Lituania y Estonia, entro otros. En este panorama adverso, Moscú ha tratado de recuperar un equilibrio que Occidente ha alterado en varias ocasiones, en especial Estados Unidos, promotor de un acercamiento de la OTAN a antiguos aliados rusos, y entre ellos a Georgia y Ucrania.
En este contexto geopolítico, se entiende el segundo origen de la crisis. La Revolución Naranja se fue desinflando por divisiones intestinas, la violación constante de los derechos de la minoría rusoparlante al oriente del país y el rechazo por parte de la OTAN a incorporar a Ucrania como miembro. Eso representó una nueva correlación de fuerzas y el resurgimiento de la preeminencia de Rusia que terminó por aceptar un nuevo equilibrio en Ucrania, siempre y cuando se preservaran los derechos de la población rusoparlante (30%). En medio de esa renovada influencia, se produjo una suerte de guerra civil ucraniana y la adhesión de Crimea a Rusia por la vía de una consulta popular en 2014. Para poner freno a la violencia se firmaron los Acuerdos de Minsk que entrañaban un compromiso para renunciar al uso de la fuerza por parte de los beligerantes.
Sin embargo, Estados Unidos acaba de denunciar a Rusia por planear una invasión contra Ucrania y Reino Unido la ha señalado de incentivar la candidatura de Ievguenii Mouraïev, un político pro ruso a través de una agresiva campaña en redes sociales. Moscú ha desmentido las acusaciones y ha contraatacado poniendo en evidencia la forma como la crisis es tan solo una excusa para legitimar a la OTAN, luego de años de comprobados fracasos y un debilitamiento ostensible en el mandato de Donald Trump, crítico del bloque por su falta de resultados. La decisión de la OTAN de poner tropas en estado de alerta ante una posible invasión rusa solo confirma una escalada retórica que difícilmente se convertirá en un conflicto armado.
¿Por qué una guerra es tan poco probable? Se trata de una opción muy costosa para todas las partes, salvo para la OTAN, urgida por eventos que justifiquen su existencia frecuentemente – puesta en entredicho en el último tiempo -. Para Estados Unidos una confrontación militar significa revivir los fantasmas de los fracasos de Irak y Afganistán, más aún a menos de un año de su aparatoso retiro y la toma del poder por los talibanes. El margen de maniobra de Washington en este tipo de escenarios quedó recortado tras la penosa guerra global contra el terrorismo. Rusia, por su parte, no puede darse el lujo de perder legitimidad y margen de acción en una zona donde en el ultimo tiempo se ha vuelto indispensable en términos de estabilidad. Moscú es la única interlocutora con Bielorrusia, país cada vez más relevante para Europa y, de forma reciente, ha intervenido con éxito entre Armenia y Azerbaiyán y en Kazajistán, donde los potencias occidentales brillaron por su ausencia.
Solo quedan tres escenarios para esta volátil Ucrania. De seguir las tensiones y de producirse un enfrentamiento militar, una dramática separación como la que ocurrió en la antigua Yugoslavia y que sería catastrófica para sus intereses. La única forma de que Rusia invada militarmente es que se presenten acciones sistemáticas contra la población rusa en Ucrania. En 2008, Moscú intervino en Georgia para detener el genocido en contra de la población osetia; un principio de acuerdo como el que condujo a los Acuerdos de Minsk y que renueve los compromisos para abstenerse de usar la fuerza. En este escenario, la UE alejada de la retórica guerrista británica y estadounidense sería clave. Y finalmente, la región puede caer en un estado de crisis constante como el que se presentó entre 2005 y 2015, con picos de inestabilidad y momentos de tensa calma.
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