De nuevo Colombia, a través de su ministro de defensa, Diego Molano, señala a otros Estados de amenazar su seguridad. La retórica simple contra Rusia está en boga a raíz de las tensiones en Ucrania. No obstante, vale la pena relativizar algunas ideas que con fuerza circulan, sin necesariamente estar acompañadas de argumentos, sino de lugares comunes en apariencia contundentes pero que simplifican en extremo.
¿Rusia es una continuación de la Unión Soviética?
Se repite hasta la saciedad que todas las acciones de Moscú son una extensión de lo que alguna vez fue la Unión Soviética y que, Vladimir Putin plantea recuperar el control sobre lo que fueron las entonces Repúblicas soviéticas, hoy independientes (Georgia, Ucrania, Armenia, Lituania, Letonia, etc.) y la influencia sobre sus antiguos aliados (Polonia, República Checha, Cuba, etc.). Sin embargo, se debe recordar lo costoso que fue para la entonces URSS dicho esquema y cómo se comportó durante la Guerra Fría en contraste con la actualidad. Moscú intervino en Hungría en 1956, en Checoslovaquia en 1968 y en Afganistán en 1978 con resultados catastróficos que todavía le pasan factura. El ideal soviético era claro y estaba anclado en la teoría marxista para exportar su modelo. Actualmente, a Moscú le tienen sin cuidado los sistemas políticos y la ideología ha pasado a un segundo plano. Simplemente le interesan relaciones estables y en los casos de mayor profundidad, robustas comercialmente. Esto no supone que sus acciones sean legítimas o justificables, sino reconocer que existe una diferencia capital entre la URSS y Rusia: mientras la primera intervenía sistemáticamente por la convicción ideológica que se asumía en el comunismo, la segunda ha defendido hasta la saciedad el principio de no injerencia.
¿Moscú es una amenaza para América Latina?
Desde hace varios días, se viene insistiendo en una supuesta alianza entre Irán, Rusia, Nicaragua y Venezuela con tentáculos que afectarían la seguridad colombiana. Luis Carlos Vélez, reconocido por su simpatía con el actual gobierno y su evidente sesgo contra aquello que se identifique como progresista o de izquierda aseguró en 2013: «Colombia está en medio de un juego geopolítico regional que cada vez toma más fuerza. Rusia, China e Irán cada vez hacen más nexos con nuestros vecinos y no sobra preguntarse como nación: ¿Dónde estamos parados?». Ayer, en este mismo diario, Diego Santos, evocando la tesis de una nueva guerra fría, enfatizó «Colombia está muy cercana a unirse al eje de Rusia y China, países represores de la libertad y benefactores de dictadores». Ambas declaraciones desnudan cuán atractiva es esa retórica pero a su vez, desconoce que la rivalidad entre China y Rusia con Occidente está lejos de jugarse en América Latina y menos en Colombia. Si bien Moscú y Beijing han hecho inversiones considerables en Caracas y ven con preocupación lo que allí ocurre, es un exabrupto equiparar ese interés con la alianza que alguna vez tuvo la URSS con Cuba en la que, de forma expresa, existía el compromiso de asistencia militar. Cualquier Estado del mundo que invierta en otro está interesado por lo que allí ocurra. Es normal que tanto rusos como chinos insistan en la no injerencia de Washington en Venezuela y adviertan sobre las consecuencias nefasta de una guerra en ese territorio. Así lo han hecho en todas las guerras libradas por EE. UU. en la posguerra fría: Serbia en 1999, Irak en 2003 y Libia en 2011.
En cuanto a Irán, se debe recordar a quienes preconizan una alianza férrea Moscú, Beijing y Teherán que los dos primeros se unieron a Estados Unidos para imponer sanciones sobre Irán por su programa nuclear. Es apresurado concluir que por tener coincidencias en Venezuela se haya construido una alianza y, más aún, que esta opere contra Colombia.
De igual forma, plantear una nueva guerra fría, implica ignorar cuán comprometidos están China, Estados Unidos y Rusia en temas que son de interés común: la desnuclearización de Corea del Norte (vaga recordar que incluso Beijing le ha impuesto sanciones a Pyongyang) e Irán, la contención del extremismo islámico en Medio Oriente, la estabilización de Afganistán y por supuesto, la reactivación económica post Covid. En la guerra fría, jamás Moscú y Washington tuvieron tal grado de cooperación e intereses comunes.
¿La guerra conviene a Rusia ?
Cualquier asomo de guerra en la que Rusia se vea involucrada, sea en el Caribe o en Ucrania representa un duro revés para sus intereses. Una invasión de Ucrania implica la violación del Tratado de Budapest de 1994 por parte de Moscú. En este, se comprometió a respetar la soberanía ucraniana a cambio de la renuncia de Kiev a la capacidad nuclear militar por lo que cualquier invasión significa alterar un equilibrio regional que incidiría negativamente en los intereses rusos. Esto sin contar la sanciones sobre su economía, que pueden tener un efecto devastador tras la pandemia en la medida en que su economía empieza a mostrar signos de recesión. Aún menos conveniente es incitar a una guerra entre Colombia y Venezuela, cuando en esta región del mundo no se juegan sus intereses vitales.
Colombia se acostumbró a los señalamientos sin necesariamente tener pruebas. En plena Asamblea General de la ONU, Iván Duque presentó fotos sobre campamentos del ELN en Venezuela que resultaron ser tomadas en el Cauca, vieja costumbre del Centro Democrático habituado a usar la diplomacia como espacio para ventilar controversias ideológicas. En 2008, en plena crisis con Ecuador, autoridades colombianas le entregaron a El Tiempo la «prueba reina» de la alianza entre la entonces FARC y el gobierno de Rafael Correa. Una foto donde aparecía supuestamente Gustavo Larrea, ministro de seguridad interior ecuatoriano, en compañía de «Raúl Reyes». Sin embargo, se estableció que quien aparecía en la foto era Patricio Etchegaray, secretario general del Partido Comunista Argentino, y no Larrea. Esta coyuntura recuerda años de acusaciones infundadas pero alimentadas por la retórica preelectoral inspirada en el nacionalismo y la apelación constante al miedo. La tesis de que Colombia está en un vecindario rodeada de enemigos, resultó muy costosa y derivó en años de aislamiento que, el gobierno anterior supo corregir. Desafortunadamente, la retórica de la guerra, aunque basada en lugares comunes y falacias, sigue siendo redituable.
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