Esta semana se cumplen 28 años del genocidio en Ruanda. El 7 de abril de 1994 comenzaría una pesadilla para la población tutsi.  Entre 800 mil y un millón de personas fueron brutalmente asesinadas en el curso de tres meses ante la mirada impasible de la comunidad internacional, e incluso la complicidad con el régimen hutu, directamente responsable. Ese día sería derribado el avión del presidente Juvénal Habyrimana, cuya muerte fue endilgada arbitrariamente a la población tutsi desatando un rumor que sería devastador pues acabaría en la persecución de inocentes. En Kigali, Kibuye y Gitarama las imágenes de los cuerpos mutilados por machetes se apilaron en las márgenes de las carreteras. Mujeres cuyos cráneos fueron aplastados por martillos, recién nacidos arrojados contra las paredes, o inocentes asesinados por sus propios familiares configuran las escenas de una pesadilla que, por obvias razones, no ha sido superada.

El trabajo de la memoria ha sido esencial, por eso a comienzos de abril se organizan eventos alrededor de la consigna «kwibuka» es decir «acuérdate», poderoso mensaje para que nuevas generaciones sean conscientes sobre la tragedia que marcó el denominado «país de las mil colinas».  En ese desarrollo de la memoria se debe recordar el papel nefasto de «Radio mil colinas» emisora que tuvo una responsabilidad directa en el genocidio. El medio se dedicó a sembrar el odio contra la población tutsi a través de chistes de clara connotación racista y cuando se produjo el derribo del avión de Habyarimana emprendió una campaña para la persecución. Varios locutores se expresaron a favor del descuartizamiento y del asesinato masivo. Dos años antes del genocidio habían difundido noticias falsas sobre una supuesta lista de personas hutu en manos de los tutsi que serían asesinadas, lo cual derivó en la masacre de Bugesera, antesala de la tragedia de 1994 y que no fue suficiente para que la comunidad internacional entendiera las dimensiones de lo que estaba por suceder. Desde esa radio se emitieron mensajes como «hay que quemar a los tutsi hasta que se arrepientan de haber nacido», «las fosas aún están vacías, hay que trabajar más para llenarlas», «en el país pululan estas cucarachas y hay que aplastarlas». Contenidos aparentemente inverosímiles pero que son testimonio del genocidio. La difusión del «hutu power»resultó desastrosa y constituye un antecedente aleccionador sobre la incitación al odio y a la violencia en los medios de comunicación, un tema que aún no se toma en serio.

De manera inexplicable, dos semanas después de iniciada la persecución, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la infame resolución 912 que disminuía los efectivos de la misión de paz, a la par que los Estados europeos evacuaban a su personal diplomático y connacionales. De esta manera, los ruandeses fueron librados a su suerte y entre abril y julio de 1994 se perpetró el genocidio. Nada justifica justifica la inacción de la comunidad internacional. Ese mismo año, Naciones Unidas autorizó la creación del Tribunal Penal para Ruanda que logró condenas emblemáticas contra líderes de la violencia hutu como Jean-Paul Akayesu, Jean Kambanda o Georges Ruggiu, este último locutor de la tristemente célebre radio. No obstante, en Ruanda llueven las acusaciones de genocidas que se habrían refugiado en la región de Kivu norte en la República Democrática del Congo.

Hace exactamente un año, el presidente francés, Emanuel Macron, reconoció la responsabilidad de su país, una posición que ese Estado había esquivado históricamente y que llevó incluso a la ruptura de relaciones. Su gesto fue bien recibido por su homólogo Paul Kagamé, personaje clave en la reconstrucción rwandesa y desde entonces parece haber un ánimo reconciliador.  De todos modos, aún queda el recuerdo del silencio del gobierno socialista de François Mitterand sobre la matanza.

En cada dolorosa conmemoración del genocidio rwandés se trata de concientizar acerca del dolor que provocan las violaciones a los derechos humanos, las discriminaciones sistemáticas y los crímenes de guerra, tortura y genocidio inspirados en el odio. 28 años después, el mundo carece de mecanismos efectivos para evitar estas tragedias como se constata en el genocidio en Darfur, el sistema de apartheid contra la población palestina, los asesinatos de civiles e inocentes por razones étnicas o religiosas en Yemen, Afganistan o Etiopía, este último recientemente pacificado pero a un costo humanitario muy elevado.

twitter: @mauricio181212