Poco tiempo después de superar dos intentos de juicio político o de vacancia, Pedro Castillo enfrenta la peor crisis desde que tomara posesión el pasado 28 de julio. En el Perú se han sentido los efectos económicos de la guerra en Ucrania, y en particular el alza de los combustibles que termina generando un efecto sobre otros productos básicos. Ahora bien, las razones que explican la coyuntura no pasan estrictamente por lo económico sino, como ya ha ocurrido en otros contextos de América Latina, por la ausencia de un marco de diálogo social y la torpe militarización de las protestas que ha conducido a la radicalización.
Elegido al igual que sus antecesores Alan García, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuzcinsky, por evitar el ascenso de Keiko Fujimori por encima de sus propios méritos, Castillo ha sido incapaz de mantener una base y venido perdiendo aliados a medida que demuestra la falta de capacidad para gestionar la crisis. Valga recordar cómo su discurso se ha venido moderando, con el abandono de ciertas posturas que reivindicó como candidato, tales como la expulsión de un millón de migrantes en condición irregular – en clara alusión a la población venezolana-, la salida masiva de la inversión extranjera incompatible con su modelo de economía popular, y una postura anti liberal en lo referente a derechos sexuales y reproductivos.
Esa moderación le valió el apoyo de sectores clave del progresismo peruano como Verónika Mendoza o la inclusión en su plataforma Perú Libre de Anahí Durand. Ambas significaron el distanciamiento acertado respecto de sectores radicales, en particular de Vladimir Cerrón a quien muchos apuntan como el verdadero poder detrás de Castillo por la desproporcionada influencia de la que gozaría sobre el actual mandatario.
Para la muestra basta mencionar la postura confrontacional constante con los medios de comunicación, apelando a la tan citada guerra comunicacional con medios hegemónicos, nociva en varios contextos de la región. Varios antecedentes demuestran cómo a partir de las acusaciones a la prensa se limita la libertad de expresión y de informar con la excusa de mantener el orden. Situación similar se ha vivido en Colombia, donde las agresiones contra los medios en el último tiempo se multiplican. Hace poco vimos el gravísimo señalamiento de Enrique Gómez sobre una afinidad entre las disidencias de las FARC y algunos medios que denunciaron la masacre de Puerto Leguízamo.
Obtusamente, Carrión ha insistido en la refundación constitucional -uno de los proyectos emblemáticos de Castillo que lo conduce al abismo-, como único camino para superar la crisis, lo que aleja al Perú de una solución basada en el diálogo y los grandes consensos. Este proyecto parecería coincidir en las motivaciones del proceso chileno por la denuncia de que se encuentra en vigencia una carta magna aprobada durante la era autoritaria fujimorista en 1993. No obstante, a diferencia de Chile, no tiene amplio respaldo popular y menos aún por el fracaso de Castillo para construir consensos. El proyecto chileno se fue formando “desde abajo” durante los últimos gobiernos, mientras en el Perú tal iniciativa se ve como un salto al vacío.
La salida de Castillo, a la que cada vez más sectores se suman, tendrá efectos nocivos sobre el Perú. Incrementará la sensación de vacío de poder mientras el país sigue perdiendo terreno de cara a las exigentes agencias calificadoras de riesgo, hostiles a buena parte de las propuestas del mandatario en materia social y económica. En los dos intentos abortados de juicios políticos impulsados por escándalos de corrupción o incapacidad (licitaciones que favorecen a particulares, coimas en los ascensos militares y un proyecto para otorgar un segmento de mar a Bolivia) tuvo mucho que ver el respaldo de sectores de centro y de izquierda moderada. Sin embargo, todo parece indicar que la permanencia de Castillo es inviable lo cual sentará un peligroso antecedente que desestimulará candidaturas populares con el antipático argumento de la tecnocracia. El proyecto abortado de este progresismo heterodoxo peruano será el fracaso de una generación de la nueva izquierda ilusionada con un cambio en el modelo.
Twitter: @mauricio181212