«Cuba enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes», aseguró el presidente Joe Biden para justificar una flexibilización en las sanciones. Una forma de relanzamiento de la política de descongelamiento, iniciada con éxito por Barack Obama y que en julio de 2016 derivó en el restablecimiento pleno de relaciones diplomáticas. ¿Por qué ocurre y qué busca Estados Unidos? ¿Qué efectos tendrá sobre la isla? ¿Implica cambios políticos en la región y asoma una política similar respecto de Venezuela?
En el pasado, Obama había calificado el embargo a Cuba como ineficiente además de anacrónico. Inteligentemente se preguntaba con qué justificación se mantenían relaciones diplomáticas con comunistas declarados como China y Vietnam, mientras a Cuba, su vecino inmediato, se le condenaba al aislamiento. A esto se suma la poca efectividad durante más de medio siglo de sanciones que no consiguieron debilitar el poder del Partido Comunista Cubano; por el contrario, como suele suceder con este tipo de acciones, castigan a los menos favorecidos.
La Habana calcula las pérdidas en unos 144 mil millones de dólares para un Estado que se acostumbró a convivir con la escasez de divisas, un turismo limitado y a la espera de las decisiones en la materia en los distintos gobiernos estadounidenses. Entretanto, el bloqueo o embargo, se convirtió en pieza clave de la narrativa cubana pues viola el derecho internacional erosionando su soberanía, además de imponer sanciones sobre terceros que inviertan en el país. Constituye una política hostil para un Estado que volvió a la crisis luego de varios años de relativa prosperidad empujados por la entrega diaria de 500 mil barriles de petróleo desde Venezuela. La parálisis de la economía venezolana hace unos años producto, entre otros, de las sanciones ordenadas por Trump devolvió a los cubanos a las épocas aciagas del «periodo especial en tiempos de paz», consecuente con la caída de la Unión Soviética. Posteriormente, el Covid afectó significativamente su principal motor económico de los últimos años, el turismo.
El mensaje de Biden es claro, Washington envía una señal pero a cambio espera apertura y flexibilización política, algo que difícilmente ocurrirá. En el pasado, Cuba ha demostrado no estar dispuesta a negociar transformaciones en su sistema político a cambio del levantamiento de sanciones sino que estas deben ser levantadas en su totalidad (son 240 medias aproximadamente), algo que aún se ve lejano pues tendría que haber una decisión del Congreso estadounidense que implica consenso bipartidista. Las transformaciones en la democracia popular cubana solo se deciden desde adentro. Así ocurrió con Obama, cuando se esperaba a cambio del levantamiento de algunas sanciones, pero en el 7mo congreso del Partido Comunista en 2016, no asomaron transformaciones según las expectativas internacionales.
El anunciado levantamiento de prohibiciones para el turismo estadounidense y la eliminación del límite de 1000 dólares para el envío de remesas, constituirán un alivio para las familias binacionales y la economía de ese país que seguramente verá un incremento en el flujo de divisas, fundamental en estos momentos. Significará, además, un estímulo para ahondar en la apertura económica iniciada en los 90, institucionalizada en la reforma constitucional de 2019 y retomada en épocas de crisis como la actual.
El hecho también confirma el fracaso rotundo de la política de sanciones endurecidas en el último tiempo con la ley Torricelli de 1992 o Helms Burton de 1996, o la activación del título III de esta última ordenada por Trump (único hasta ahora en hacerlo) que le permite a cualquier ciudadano estadounidense que se considere afectado por las nacionalizaciones ordenadas por la Revolución pedir una indemnización en una corte de EEUU.
Washington entiende que, de poco le han servido a Cuba semejantes sanciones impulsadas por el exilio cubano que en nada se ve afectado y desde la comodidad de sus circunstancias empuja por su endurecimiento. El hecho evoca una aproximación a Venezuela en el mismo sentido. Biden ha dado claras señales de querer modificar la estéril estrategia de aislamiento, primero, entablando contactos directos con el gobierno venezolano y segundo, haciendo presión sobre el debilitado Juan Guaidó para que, cuanto antes, se reavive el esquema de negociación oficialismo-oposicion.
Poco a poco América Latina y el Caribe reconocen la necesidad imperiosa de abandonar esquemas propios de la Guerra Fría y, de una vez por todas, instituir relaciones entre pares. La lección para Colombia luego de 4 años de cerco diplomático es tan clara como contundente.