Las elecciones presidenciales en Colombia tuvieron un resultado esperado, pues como habían indicado todas las encuestas, Gustavo Petro obtuvo la mayor cantidad de votos. Al candidato del Pacto Histórico le faltaron 1,5 millones de votos para imponerse en primera, algo que, en las últimas décadas, solo ha conseguido Álvaro Uribe cuando fue elegido y reelecto en una ola de popularidad con pocos antecedentes. De igual forma, se confirmó lo que habían adelantado algunos sondeos sobre la llegada de Rodolfo Hernández quien terminó por desplazar a Federico Gutiérrez y Sergio Fajardo, relegados pero en el caso de este último, con capacidad para negociar con miras a un balotaje vertiginoso y con niveles de polarización aún mayores. Paradójicamente, Fico pasa a la intrascendencia por la forma como se presume que sus votos irán a Hernández, mientras que Fajardo se revalúa por la relevancia que adquieren los 950 mil votos en disputa.

¿Quién ganó la contienda en esta primera etapa? A juzgar por la reacción en las redes, el gran ganador habría sido Hernandez, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, hasta hace poco un completo desconocido y con chances reales de llegar a la presidencial. En la otra orilla, aparece la sensación de que el Pacto Histórico habría sido derrotado, por no haber ganado en primera y tener que enfrentarse a un candidato que abandera valores similares en concreto el anti establecimiento y el consiguiente voto castigo a los políticos que, sobre todo, en estos cuatro años han gestionado mal el país.

¿Qué tanto perdió el progresismo en esta elección? Muy poco en realidad. Por primera vez, desde el Frente Nacional, ganó en primera vuelta -con mayoría simple- con una votación inédita y una izquierda surgida al margen del establecimiento y los partidos políticos tradicionales. No se trata de un detalle menor, pues el caso demuestra una reacomodación de la izquierda históricamente proscrita y, en épocas más recientes, socialmente castigada por una lucha armada de la que hace ya al menos hace dos décadas tomó distancia genuinamente y sin ambigüedades. Se presume que Rodolfo Hernández tiene la primera opción, pues al sumar los votos de Gutiérrez, endosables automáticamente al ingeniero por el antipetrisimo de sus electores, llegaría a los 11 millones que necesita para imponerse. No obstante, la realidad está lejos de decantarse en esos términos. Para gobernar, Hernández necesitará de aliados políticos, de lo contrario, carecerá de márgenes de gobernabilidad en el Congreso. Por ende, será difícil resistirse al aterrizaje forzoso del uribismo en sus filas, eso sí reivindicando independencia y recordando que, quien gana marca la pauta.

El progresismo tiene tres formas de crecer para derrotar a quien engañosamente parece tener todo para ganar. Primero, crecer dentro de un abstencionismo que se redujo significativamente. Se logró, por primera vez desde finales de los 90, una votación con más del 50% de los habilitados para el sufragio. La tendencia es prometedora y sugiere más votantes en disputa. En el pasado, el escepticismo respecto a la viabilidad de un gobierno progresista disuadía a no pocos. Segundo, si Petro ganó en 18 departamentos y perdió en 13, el progresismo deberá no solo aumentar la distancia en aquellas capitales o centros urbanos donde el voto de opinión es clave, sino que tendrá que arrebatarle a Hernández, departamentos donde el progresismo ha sido históricamente fuerte como el Vichada y tratar de capitalizar el fenómeno Quintero en Medellín, bastión  del alicaído uribismo. En esta lógica, el centro ideológicamente compatible con el discurso progresista debería sumarse sin mayores dilaciones. Finalmente, la izquierda deberá evitar la tentación de jugar en el terreno de Hernández, las redes sociales y la viralización de sus mensajes. Al hacerlo estaría jugando en un terreno donde «el inge» se siente cómodo. Al contrario, deberá atraerlo al campo del debate, pues aunque se diga que los jóvenes solo votan por lo que consumen en redes, el denominado «voto de opinión» es cada vez más visible. La izquierda consiguió más de nueve millones de votos con esa estrategia, por tanto, no parece haber razones para modificarla drásticamente.

Esta elección significa el comienzo de una época pendular entre una izquierda progresista insistente sobre la necesidad de que el Estado intervenga en la economía para redistribuir, la eliminación de las causas objetivas del conflicto y el abandono paulatino del extractivismo; y, en el otro lado, una derecha conservadora que confía en el mercado,  minimiza el rol del Estado para la generación de una riqueza y defiende un orden social con valores religiosos. Nada justifica la apresurada conclusión de que izquierda y derecha en Colombia son nociones vacías. Todo lo contrario, representan como nunca las fuerzas alrededor las cuales se acomoda una política que, hasta ayer, parecía inmutable.

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