Las protestas multitudinarias en Irán parecen escapar al control del gobierno y ponen en evidencia, una vez más, las dificultades de la republica islámica para mantener un sistema que implica tantas limitaciones, en particular, para las mujeres. La muerte de Mahsa Amini quien habría sido asesinada por parte de la denominada policía de la moral, tiene a la juventud iraní en estado de justificada indignación. Muy seguramente implicará cambios cuya envergadura y profundidad está por definirse. ¿Hay antecedentes de una situación similar en Irán? ¿Qué puede pasar en las próximas semanas?¿Es posible la caída del régimen ?
La situación no es nueva para el denominado régimen de los Ayatolah, y vale la pena recordar que hubo protestas e incluso asomos de levantamientos en 2009, 2017 y 2019, todos con razones distintas. Las dos últimas se dieron para protestar contra la baja en las condiciones de vida, que se explican aún en la precaria situación económica, producto de las sanciones y en la imposibilidad de varios gobiernos de hacer frente a la pérdida de la paridad de poder adquisitivo. Sin duda alguna, la situación mas grave se presentó en 2009 con la relección del ultraconservador Mahmud Ahmadinejad, quien sorpresivamente derrotó al candidato moderado Hosein Musaví. Cuando se anunció el resultado, varias voces denunciaron un fraude pues buena parte de los sondeos daba como ganador a Musaví, y gracias al uso de mensajes de texto mediante teléfonos celulares y una incipiente cultura de Facebook y Twitter que ese año se estrenaba, se convocó a multitudinarias protestas que la prensa precipitadamente bautizó como la Revolución Verde o la Primavera de Teherán. Un célebre artículo del New York Times sentenció que «la revolución no sería televisada, sino trinada», afirmación tan reveladora y visionaria sobre el futuro de otros fenómenos, como del deseo de ese medio porque eso ocurriera. Sin embargo, las protestas, las de mayor volumen desde 1979, no pudieron revertir el resultado de las urnas, respaldado por el guía supremo Alí Jameini, máxima autoridad religiosa y con un poder mayor en la política del país. Musaví fue condenado al arresto domiciliario y desde allí dijo «si quieren saber como es mi vida bajo arresto, lean ‘Noticia de un secuestro'», lo que disparó la lectura del nobel colombiano en ese país.
Luego del periodo de Ahmadinejad, Irán tuvo dos periodos de gobierno de un moderado, Hassan Rohani, que no solo consiguió un acercamiento a Occidente (acuerdo nuclear) sino que fue crítico precisamente de los abusos de la policía de la moral, un actor que justificadamente hoy se encuentra en el centro de las críticas. Casos como el de Amini no son nuevos, por eso el propio Rohani había pedido más mesura sobre las mujeres a la hora de portar el velo. En 2018, una mujer fue severamente golpeada y el propio presidente condenó la violencia. Desde 2013 cuando inició su mandato, los controles se relajaron y las investigaciones por abusos de esta policía se multiplicaron. Sin embargo, la elección del conservador Ebrahim Raisi en 2021 habría conducido de nuevo a estrictos controles e Irán estaría girando hacia una suerte de talibanización, como lo señala la escritora y académica Azadeh Kian (de lectura obligada para quienes se interesan por la situación actual iraní). Raisi además tendría interés en defender la visión más ortodoxa de la revolución pues tiene aspiraciones por reemplazar al Ayatolah Alí Jameini quien sobrepasa los 80 años y se especula cada vez más sobre su sucesión. Por eso, Raisi es en buena medida responsable de este retorno al conservatismo y del empoderamiento de la policía de la moral.
Las protestas se explican por el hastío frente a la política (como en otros lugares del mundo), una juventud iraní, que representa el 55 % de la población, y sobre todo, una nueva generación de mujeres que no está dispuesta a aceptar un rol secundario en la sociedad. No solo en los códigos de vestimenta, sino e temas que aun son tabú como los matrimonios de menores de edad. El número de niñas y adolescentes obligadas a casarse sigue siendo preocupante y una transgresión de sus derechos. A esto se suman sectores de minorías sunnitas (azeríes y turcomanos) que se sienten discriminadas por un régimen que privilegia a los chiitas.
Sin embargo, la idea de un cambio estructural no parece fácil. El régimen se ha preparado para este tipo de coyunturas desde hace varios años, y las bases de la revolución no son endebles. El poder no está concentrado en una sola figura como ocurre en los regímenes autoritarios del mundo árabe, sino que existen una serie de organismos que hace que un cambio estructural al estilo del ocurrido con la denominada primavera árabe sea poco probable (Irán no es árabe, valga aclarar). Las manifestaciones en defensa del establecimiento no se han hecho esperar, lo cual no implica desconocer que el régimen acude a la consabida tesis de una agresión desde el exterior, en la que cada vez creen menos iraníes. En este escenario, es improbable una revolución, pero con certeza nada volverá a ser igual y seguramente el debate sobre el rol de la mujer tendrá «un antes y un después».
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