El resultado de las elecciones en Brasil confirmó parcialmente las proyecciones de buena parte de las encuestas. La mayoría situaba a Luis Inacio Lula da Silva con un 45% o 47%, por lo que el 48,4 que consiguió no parece sorpresivo. De igual forma, la composición del Congreso terminó encajando dentro de los pronósticos con una mayoría importante para las derechas, pero corroborando lo que ha sido el común denominador de la política legislativa brasileña de los últimos años: una extrema fragmentación que dificultará la gobernabilidad al margen de quien gane. La sorpresa hasta, cierto punto, vino por los votos conseguidos por el actual presidente Jair Bolsonaro, quien apareció con muchos más votos recortando la distancia frente a su rival. Aun así, Bolsonaro fue el gran derrotado de la jornada y aunque Lula sacó una ventaja significativa, su victoria es relativa y deberá centrar sus esfuerzos en mantener la tendencia si quiere volver a ser presidente.
Lula consiguió poco más de 57 millones de votos y Bolsonaro alrededor de 51 millones. Con esto, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) necesita 1,8 millones mientras que el actual mandatario tiene que recoger en un mes casi 7 millones, algo que no es imposible pero parecería impensable habida cuenta de la tendencia brasileña en la que quien ha ganado en primera, tiende a imponerse en el balotaje. La apuesta de Lula consistiría en repetir, hasta cierto punto, lo que hicieron Gabriel Boric y Gustavo Petro, que pudieron elegirse gracias al voto de indecisos y de centro. Vale recordar que a pesar de que el voto es obligatorio en Brasil, un 20 % del electorado se abstuvo, lo cual deja un margen amplio para disputarse un segmento no despreciable de votos. El esfuerzo de Lula de cercanía con el centro a través de su fórmula vicepresidencial, Geraldo Ackmin, estará a prueba de cara al balotaje, pues uno de sus roles consiste precisamente en atraer a los empresarios y a escépticos de la izquierda en la zona industrial y financiera de San Pablo, de donde fue gobernador cuando Lula era presidente, y posteriormente lo enfrentó como candidato en las presidenciales.
Bolsonaro por su parte confía en un escenario como el que llevó a Mauricio Macri y a Guillermo Lasso a la victoria en las elecciones de 2015 en Argentina y en 2021 en Ecuador. En ambos casos, la izquierda ganó la primera vuelta (Daniel Scioli en el primero y Andrés Arauz en el segundo) pero para el balotaje o segunda vuelta prevaleció la lógica de «todos contra» que le arrebató la presidencia a quienes aparecían como favoritos. La esperanza de Bolsonaro está en haber crecido en un tiempo muy corto, a pesar de necesitar muchos más votos que su rival.
El resultado del Congreso que le otorga ventaja a las derechas, estaba dentro de los cálculos de la izquierda que sabía de antemano que no obtendría mayorías. El progresismo brasileño sigue confiando en que el legislativo esté lejos de comportarse como bloque y menos aún alrededor de la figura de Bolsonaro cuya credibilidad se ha caído estrepitosamente por el pésimo manejo de la Covid. Las alianzas del PT con partidos de centro y centroizquierda son más que posibles en caso de que Lula termine ganando la elección.
Serán cuatro semanas de enfrentamientos en las que el actual presidente, consciente de que no tiene nada que peder, tratará de obtener el mayor provecho de su condición para recurrir a la tan evocada tesis del castrochavismo o comunismo que representa Lula y el PT, a sabiendas de que tal discurso en otros países ha dejado de ser convincente. Aún así, Bolsonaro dispone de pocos atractivos pues en esta años se ha encargado del comprobar que América Latina dejó de ser tierra fértil para los radicalismos, de izquierda o derecha.
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