Luego del triunfo de Luis Inacio da Silva en las elecciones en Brasil, la izquierda en América Latina vuelve a ser mayoría. El cuadro se completa con los gobiernos de Alberto Fernández (Argentina), Andrés Manuel López Obrador (México), Mia Mottley (Barbados), Xiomara Castro (Honduras), Luis Arce (Bolivia), Gabriel Boric (Chile) y Gustavo Petro, este último una novedad mayor por ser la primera vez que Colombia tiene un presidente progresista y por haber sido la gran ausente del primer ciclo de estos gobiernos a comienzos de siglo. Sin embargo, se debe recordar que se trata de gobiernos muy distintos a los que emergieron a comienzos de siglo con Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa y el propio Lula que está de retorno ¿Qué significa hoy ese progresismo?  ¿Por qué esta izquierda se diferencia de la que llegó al poder a comienzos de los 2000?

Este progresismo se define como una corriente ideológica de izquierda moderada que promueve la intervención sistemática y selectiva del Estado en la economía (mercado) para corregir sus imperfecciones, por ejemplo en sectores como la salud y la educación, y a diferencia de otras versiones de izquierda en América Latina es profundamente liberal. Es decir, cree en la economía de mercado, es respetuosa de la alternación, los derechos humanos que reivindica en una versión amplia (género, LGBTI+, pueblos indigenas, derechos sexuales y reproductivos, eutanasia, etc.) y una novedad mayor: incorpora la defensa del ambiente, por lo que en determinados casos se define como anti extractivista, en alusión a la explotación de combustibles fósiles de los que dependió la política social de algunos progresismos hace 20 años.

Este progresismo es más diverso, porque tiene que incorporar valores de otras ideologías con las que, en casi todos los casos gobierna. Por ende, es más moderado pues debe hacer concesiones frente al centro que, en determinados casos se ha deslizado hacia la izquierda en los últimos años. A diferencia de Chávez, Correa y Morales que eran la cabeza visible de plataformas de izquierda y tenían el poder dentro de un colectivo, el progresismo en estos días comparte el poder. Atrás han quedado los discursos hegemónicos y esta vez prima la unidad nacional consensuada.

En el plano regional esto tiene una clara incidencia. Los gobiernos a la izquierda no han podido demostrar una unidad latinoamericana, sino más bien una coincidencia ideológica. La mayoría de progresismo es por ahora, más nominal que sustancial. Difícilmente se podrá crear una malla institucional como la que hace años derivó en proyectos regionales de largo aliento como la Alianza Bolivariana por los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Buena parte de estas administraciones está más preocupada por los temas internos, en especial, la delicada situación económica y la superación de la polarización, tras dos años de parálisis severa por la coyuntura sanitaria. Hace 20 años, los recursos parecían ingentes como para proyectos de expansión, vale recordar cómo la Venezuela de Chávez asumió la recuperación argentina tras el colapso del «corralito» y tras eso vino el ciclo kirchnerista de 12 años. Esta vez, los Estados están obligado a mayores equilibrios fiscales para garantizar no solamente una redistribución sino como lo aconseja Mariana Mazzucato, incorporar dentro de las inquietudes de la izquierda el crecimiento.

América Latina parece acercarse a ciclos de izquierda y de derecha donde seguramente las hegemonías ideológicas extensas son cosas del pasado. Esto supone una cultura democrática de mayor arraigo y una constante que parecía superada a comienzos de los 90, las ideologías como parte esencial de la política contradiciendo el discurso tecnócrata que asumía su desaparición.

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