Más de dos meses completan miles de iraníes en la calles. Todo empezó el 16 de septiembre cuando una mujer kurda, Mahsa Amini, fue detenida, torturada y asesinada por la policía moral, un cuerpo encargado de mantener algunas costumbres propias del Islam. La agresión sucedió por portar de forma «inadecuada» el velo (hijab). El hecho despertó una cólera sin antecedente en los iraníes que ha provocado un movimiento de contestación que no ha podido ser controlado por las autoridades, a pesar de la represión en medio de la cual habrían muerto más de 400 personas. Esta ola de contención a la protesta contiene arrestos y, lo más grave, la semana pasada una persona fue condenada a muerte y se estima que otras 20 correrán con la misma suerte, según denunció la ONG Iran Human Rights. Es decir, se empieza a utilizar la pena capital como medio de intimidación.

A diferencia de otras protestas ocurridas en las últimas décadas, esta vez los manifestantes se han mantenido en las calles con lo cual se puede constatar cómo ha servido de poco la intimidación. El antecedente más significativo de protestas de amplio significado ocurrió en la reelección de Mahmud Ahmadinejad a mediados de 2009, principal antesala para la Primavera Árabe. A pesar de que Irán no sea árabe, sino persa comparte con varios de sus vecinos de Medio Oriente el hecho de tener un sistema político con claros visos de autoritarismo, y donde en el último tiempo las redes sociales y las tecnologías de la comunicación han sido clave para que la juventud se abra espacios de participación, muchas veces, a los empellones. Valga recordar el famoso artículo del New York Times sobre la revuelta iraní que sería difundida por CNN -ya que no podía transmitir lo que sucedía- sino que sería «trinada» (en alusión a Twitter y Facebook), un vaticinio que parece haberse incumplido en Irán pero confirmarse en Egipto, Libia Túnez y Yemen donde cayeron gobiernos al compás de protestas convocadas por las redes sociales o los mensajes de textos de teléfonos móviles.

Es poco probable que Irán transite un camino similar al de sus vecinos con la denominada Primavera, más aún, cuando la Revolución Islámica sigue teniendo una base de apoyo importante y un cambio estructural genera fundados miedos. Basta mirar lo ocurrido en otros escenarios donde los gobiernos han sido depuestos, como en Egipto, Libia, Yemen o Túnez. En ninguno la democracia terminó por florecer y la situación, hoy por hoy, parece más dramática. Libia y Yemen se convirtieron en Estados cuasi fallidos condenados a la guerra, y Egipto y Túnez viven derivas autoritarias.

Aun así, es muy posible que el régimen iraní siga cambiando como ocurrió con posterioridad a la reelección de Ahmadinejad. Se suele menospreciar la fuerza de los cambios que paulatinamente, y muchas veces silenciosos, se alejan del camino revolucionario tan desprestigiado en el ultimo tiempo, al menos en Oriente Medio. Irán seguirá confrontando las protestas y hacia el futuro deberá debatir acerca de cómo hacer más compatible el Islam con la democracia -sobre todo en una República islámica-, el rol de las mujeres en esta forma de gobierno y de sistema político y finalmente, el de grupos como kurdos, azeríes, baluchis, turcomanos, o árabes, minoritarios pero cada vez más incidentes.

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