Transcurridos poco más de seis meses de gobierno, este sorprende con la salida de tres ministros. En una cortísima alocución en la que se esperaba que el mandatario explicara y justificará las reformas que ha priorizado como columna vertebral, salud, pensiones y trabajo, terminó anunciado la salida de las ministras Patricia Ariza, de Cultura, María Isabel Urrutia, del Deporte y Alejandro Gaviria, de Educación. El ejecutivo logró que la información no se filtrara y lo que era una alocución para hablar de estas reformas, se convirtió en la confirmación del primer gran correctivo del gobierno o lo que tildan muchos, no sin justa causa, de la primera crisis ministerial.

Tanto Ariza como Urrutia han advertido que no estaban al tanto, versión que fue rebatida por la jefatura de gabinete. Al margen de la controversia que apenas empieza, queda claro que no se trata de una salida ni consensuada, ni por iniciativa de las hoy exministras. La salida de Gaviria, por su parte, parecería más compleja.

El tono del mensaje de despedida y la respuesta del propio Petro, hacen pensar en un disenso tramitado con visos de cordialidad que dejan entrever un papel que parecía siempre incómodo para quien fuera una de las figuras clave para proyectar la imagen de un gobierno moderado y en disposición de trabajar con un sector de la tecnocracia liberal, abierta al enfoque progresista.

Las versiones apuntan a que su salida obedece a su oposición al proyecto de reforma a la salud, algo que parece confirmarse por una publicación en sus redes sociales en la que sentencia «Renuncio al Ministerio de educación por razones de salud».  La circulación en la prensa del documento en el que Gaviria señala preocupaciones respecto del proyecto de reforma a la salud, habría sido mal recibida. Resulta extraño, más allá de las justificadas preocupaciones (sobre todo por la ausencia de una transición entre un modelo y otro), que un ministro sobresalga más por lo que tenga que decir frente a otra cartera que a la propia. En los últimos días, el perfil de Gaviria parecía más el de exministro de salud de Juan Manuel Santos, que actual líder de la educación, tema nodal para cualquier gobierno que se reivindique como progresista.

La denominación de crisis ministerial parecería ponderar más la salida de Gaviria que la de Urrutia y Ariza, pues muchos veían en él, un seguro de moderación frente a un gobierno al que se tiende a tachar de radical. Dicha afirmación tienen al menos dos elementos controvertibles. Primero, se presume que la moderación es una virtud y que al margen de que haya hecho poco o mucho en educación, su presencia era indispensable ¿No debería al menos evaluarse su paso por la cartera de educación para concluir qué tan indispensable era? Y segundo, no se ha entendido que así quisiera, el gobierno no puede ser radical. En efecto, necesita de consensos no solo para aprobar sus reformas en el Congreso, sino para generar sentido de unidad en el cuerpo de sus propios ministros. Es más, el gobierno ha optado por otorgar autonomía a cada uno, lo que ha derivado en que los ministros choquen públicamente como ha ocurrido con la transición energética, donde los disensos entre Hacienda y Minas y Energía no se mimetizan.

Este amago de crisis ministerial pone a prueba la capacidad de liderazgo de Petro, pero no la altera la correlación de fuerzas izquierda y centro dentro de su gobierno. Para adelantar buena parte de las reformas que pretende, tendrá que contar con el aval del centro con lo cual necesitará de amplios consensos.  Más allá del acierto o desacierto en las decisiones, no hay razones para calificarlas  como «autoritarias» o la confirmación de que Petro se erija en dictador. Se puede reconocer que es un revés considerable, pero la obligación de adelantar cambios con sectores moderados y de centro seguirá como un vinculante inmodificable.

@mauricio181212