Los ejercicio militares llevados a cabo por la República Popular China en el estrecho de Taiwán generaron preocupación en la zona y hacen temer por una nueva confrontación, justo en uno de los peores momentos de la coyuntura global, en plena guerra en Ucrania y con la exacerbación de la violencia entre israelíes y palestinos. Ahora bien, para el caso de China y Taiwán, la guerra es poco probable.

Vale la pena empezar por explicarle al lector el origen de la disputa entre la denominada República de China o Taiwán, cuya capital es Taipei y la República Popular China, comunista y con Beijing como centro político.En 1949 tras el triunfo de la revolución liderada por Mao Zedong y la declaración de un establecimiento comunista, Chiang Kai-shek, militar nacionalista y quien había sido dictador desde 1927 terminó huyendo a Taiwán donde se refugió para preparar una contraofensiva, algo que jamás pudo concretar. Desde ese entonces, Taiwán ha reivindicado su independencia de la China continental comunista y aunque inicialmente obtuvo un reconocimiento significativo de naciones, en las últimas décadas fue perdiendo legitimidad. A cambio, Beijing ha impuesto el principio de «una sola China», es decir que solo existe la República Popular y que Taiwán, lejos de ser un Estado, es una provincia de esa entidad. Tal vez el golpe más duro en la historia taiwanesa ocurrió en 1979 cuando Washington estableció relaciones diplomáticas con Beijing -resultado de la diplomacia del Ping Pong-, dejando de lado la posibilidad de reconocer a Taipei como Estado. En la actualidad, poco más de 10 naciones reconocen la República China y la inmensa mayoría tiene relaciones diplomáticas con la República Popular.

Ahora bien, Estados Unidos, aun reconociendo desde más más de 40 años el principio de «una sola China», ha jugado con acercamientos hacia Taiwán para enviar una señal de fortaleza frente a Beijing. En 2005, se vivió una coyuntura muy parecida a la actual, cuando el Partido Comunista Chino aprobó una ley autorizando el uso de la fuerza y el despliegue inmediato de tropas, en caso de declaración de independencia taiwanesa. En ese momento, el presidente taiwanés independentista Chen Shui-bian avanzaba en una reforma a la Constitución que podía cambiar el estatus quo modificando las aspiraciones territoriales. Tal como hoy en día, Beijing advirtió sobre el riesgo de cualquier amago de independencia y George W. Bush, en plena guerra en Afganistan e Irak, aseguró que haría cuanto estuviera a su alcance para defender a Taiwán en caso de ataque militar chino.

Así como en ese entonces se superó el impasse, es muy posible que ocurra lo mismo al menos por tres razones. Primero, para la República Popular China es indispensable la estabilidad en su entorno regional. La idea del renacer pacífico chino que ha derivado en un crecimiento económico -al que se le atribuye la etiqueta de «milagro»- está soportado en relaciones comerciales, económicas y financieras estables con sus vecinos. Una guerra no solo afectaría ese crecimiento, sino que reviviría los planes de invertir en tecnología nuclear militar por parte de Japón. Nada de lo anterior conviene a Beijing. Segundo, ni a Estados Unidos ni a Europa, les conviene una confrontación militar, menos aún en plena guerra en Ucrania y cuando ha quedado al descubierto la tutela de Washington sobre Bruselas. La unidad estadounidense y europea se ha visto erosionada por la influencia desproporcionada de Estados Unidos y la dependencia en materia de abastecimiento militar e hidrocarburos. Europa ha retrocedido en su autonomía y no se puede permitir un nuevo frente de guerra que la haga menos relevante. La visita de Emmanuel Macron a China como intento por tomar distancia de EEUU, testimonian cómo varias voces en el llamado Viejo Continente reclaman más protagonismo, reflejo del vacío que dejó Angela Merkel. Y tercero, la reunión de Representantes a la Cámara de Estados Unidos con autoridades de Taipei, detonante de la crisis actual, no debe entenderse como parte de la posición oficial. El año pasado, una visita de Nancy Pelosi, entonces presidenta la Cámara, derivó en un incidente similar. Ahora, congresistas republicanos liderados por Kevin McCarthy juegan la carta de la fortaleza frente a China, pero en nada están dispuestos a cambiar el reconocimiento del principio de «una sola China».

La coyuntura confirma que Estados Unidos enfrenta uno de los momentos más dramáticos de su credibilidad internacional. Tras la salida de Donald Trump, surgieron expectativas de que Joe Biden lideraría temas en los que su antecesor se había mostrado distante de consensos internacionales – calentamiento global, acuerdo nuclear con Irán, derechos humanos, etcétera.-. Sin embargo, poco o nada se ha podido materializar. La guerra en Ucrania con la subsecuente posición de China confirman el declive paulatino del liderazgo estadounidense y el avance lento hacia una multipolaridad donde EE. UU. y Europa perderán irremediablemente trascedencia.

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