Turquía se encuentra en un momento inédito de su historia. Por primera vez en 20 años, la hegemonía del Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en turco) no parece asegurada tras el resultado de la primer vuelta en la que se enfrentaron el actual mandatario Recep Tayyip Erdogan (49,4%)  y el principal líder de la oposición Kemal Kiliçdaroglu (45%). Se trata de un marcado contraste con los procesos electorales anteriores en los que Erdogan se habían impuesto sin grandes dificultades desde la primera vuelta. Aunque sigue teniendo una ventaja favorable, se cree que habrá un balotaje o segunda vuelta cerrada y como ha ocurrido en buena parte del mundo, acompañada de niveles considerables de polarización en medio de una situación financiera delicada por la pérdida de valor de la lira turca frente al dólar que completa casi un año y cuya estabilidad se mantiene a punta de intervenciones de la banca central. A esto se suma un fenómeno inflacionario que el año pasado cerró en un 65%, y se ha venido atajando en lo corrido de 2023. A pesar del desgaste tras 20 años en el poder -desde 2003 como primer ministro y desde 2014 como presidente- Erdogan obtuvo dos victoria relativas en este primer round que hacen pensar que tiene mejores chances para imponerse el próximo 28 de mayo. De un lado, su movimiento el AKP, apoyado además por el Partido de Acción Nacionalista, obtuvo mayoría en las elecciones legislativas, lo cual confirma un margen amplio de gobierno para Erdogan y dificultades en un eventual mandato de Kiliçdaroglu. Y de otro, el actual jefe de Estado le ganó el pulso a las encuestas. Las dos principales firmas encuestadoras Konda y Yöneylem daban como favorito a su rival a quien adjudicaban una intención de voto cercana al 50% y para el oficialista un 42%.

Ahora bien, no todo será fácil para Erdogan de cara a la segunda vuelta. Kiliçdaroglu, de 74 años, representa a la coalición de opositores de la Mesa de los Seis en cabeza del Partido Republicano del Pueblo de orientación kemalista, es decir, favorable a la separación entre el Estado y la religión tal como lo estableciera el fundador de la República Mustafa Kemal Ataturk (desde 1923) cuya modernización laica la oposición considera está en grave riesgo en estas dos décadas de Erdogan en el poder. ¿A qué se debe su permanencia? El poder del actual mandatario tiene mucho que ver con el desprestigio del proyecto europeo y la forma como se fue devaluando paulatinamente el ingreso a la Unión Europea a los ojos de la ciudadanía. Para comienzos de siglo, Ankara consideraba que había hecho todo para ingresar como miembro pleno, una voluntad que ha expresado desde la propia fundación del bloque a finales de los 50, pero siempre se chocó contra la reticencia de europeos que la siguen viendo como parte de Oriente Medio, anclados en prejuicios sobre un Estado de amplia mayoría musulmana. Al tiempo que se complicaba el ingreso de Turquía, aparecieron las crisis financieras en varios Estados del bloque, en contraste, el desempeño económico turco era sobresaliente. Erdogan terminó sacando provecho del desprecio de Occidente y revivió al Islam como referente de identidad del pueblo turco, una riesgosa estrategia que le ha dado frutos pues ha mantenido una serie de acciones mientras cabalga en una popularidad sin antecedentes en la historia contemporánea de la República. Desde 2014 Turquía pasó de una semipresidencialismo a un presidencialismo pleno y la oposición denuncia una islamización, así como violaciones constantes a los derechos humanos de grupos y minorías, en especial los kurdos (15 millones de un total poblacional de 84 millones de habitantes).

Kiliçdaroglu, por su parte, tiene a su favor el discurso del cambio y la renovación, a pesar de su edad, y el desgaste evidente del oficialismo. Sin embargo juega en su contra hacer parte de la minoría aleví (10 millones), grupo islámico sincrético que toma elementos del cristianismo, del islam sufí (una versión flexible y cuasi liberal) y de la filosofía, y que ha sido blanco de discriminaciones. Por ende,  a la hora de la representatividad esto puede jugar en su contra. Erdogan tiene a su favor el haber devuelto a Turquía al protagonismo regional e incluso global, tras varias décadas de intrascendencia y mantener un desempeño económico que contrasta con el derrumbe financiero de varios de sus vecinos europeos. Las acusaciones de autoritarismo no del todo infundadas han atentado contra su legitimidad y aceptación, pero no parecen definitivas de cara a una segunda vuelta donde en apariencia conserva la primera opción.

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