La tercera cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea (UE) llega en un momento clave para Colombia, así como para toda la región de América Latina pues se trata de un reencuentro tras una parálisis de la multilateralidad que completó 5 años cuando en 2017 por iniciativa de varios gobiernos conservadores asomó la estrategia del cerco diplomático contra Venezuela. Aquello significó no solo dejar en pausa la CELAC, el desmonte paulatino de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) sino el surgimiento de iniciativas a las carreras e irrelevantes como el denominado Grupo de Lima y el Foro de Progreso del Sur (Prosur). Tras la Cumbre vale la pena preguntarse ¿Cuál es su relevancia para Colombia? ¿Qué potencial real tiene la CELAC?

Es normal que en Colombia como en cualquier parte del mundo surjan preguntas acerca de la utilidad de estas cumbres, en especial cuando internamente hay tantas necesidades y urgencias por dar respuesta a complejos problemas en materia de orden público, inversión social y reformas que a consideración del gobierno no dan espera. Pero la CELAC es el foro de diálogo político más relevante de la región y en el que el gobierno colombiano puede proyectar sus intereses. Dicho de otro modo, buena parte de los objetivos que se ha planteado el país en términos de paz total, transición ecológica y defensa de la Amazonía y un cambio en el enfoque en la lucha contra las drogas pasan por tres frentes que serán clave en nuestra política exterior: la Comunidad Andina, la Unión de Naciones Suramericanas y la CELAC. Esta última ha sido el resultado de un largo proceso de evolución en el que los gobiernos colombianos han desempeñado un papel esencial. Belisario Betancur junto con sus homólogos mexicano, panameño y venezolano se inventaron el Grupo de Contadora (una idea que venían tejiendo Alva Myrdal, Gabriel García Márquez y Olof Palme), clave para que América Central transitara hacia la paz. Luego se creó el Grupo de Apoyo al que se sumaron varios suramericanos y finalmente de allí nació el Grupo de Río, primer espacio de diálogo político en todas las Américas sin la presencia ni de Estados Unidos, ni de Canadá. La primera cumbre entre los latinoamericanos y la UE se hizo en el marco de Grupo de Río en 1999 y fue pionera para que la región mirara hacia otras zonas y avanzar en deshacer la idea de que se trata del patio trasero de los Estados Unidos.  En 2010, los gobiernos progresistas avanzaron en la creación de la CELAC y tres años más tarde, tuvo lugar la primera cumbre CELAC-UE en Chile. En 2015 se realizó la segunda en Bruselas y cuando se debía llegar a la tercera en 2017 en El Salvador, la crisis venezolana provocó una fragmentación en toda la región que terminó congelando el diálogo político, tan necesario no solo en ese escenario crítico (en 2017 Nicolás Maduro convocó a una Asamblea Nacional Constituyente y despojo de poderes a la Asamblea Nacional -Congreso-) sino en los años posteriores cuando surgió la pandemia.

Esta Cumbre era necesaria porque Colombia debe recuperar su liderazgo regional en el tema de la paz, el medioambiente y las drogas, tal como lo venía haciendo Juan Manuel Santos, y tras al retroceso en los cuatro años de Iván Duque en que se volvió a la rigidez en la lucha contra el narcotráfico, nos acercamos a la posición negacionista sobre el medio ambiente de Jair Bolsonaro e insólitamente el propio jefe de Estado desatendiendo compromisos legales y constitucionales haciendo mala publicidad internacional a la paz firmada por su antecesor. A quienes se preguntan por la utilidad de estas cumbres cuando hay tantas necesidades internas, se les debe recordar que buena parte de la solución a los problemas de desarrollo más apremiantes pasa por la cooperación internacional y el diálogo político con el mundo. La cita CELAC -UE no significa una fórmula mágica, pero sí un avance fundamental en la tarea de recordar que la paz en Colombia, la transición ecológica y un cambio en la mal llamada guerra contra las drogas son inaplazables y cada vez más dependientes del entorno regional y global. Bastará que se entienda que la política exterior no significa un campo de derroche de recursos, sino una apuesta necesaria para nuestro desarrollo para que estos encuentros valgan la pena. Los últimos cuatro años de ensimismamiento entre 2018 y 2022 fueron una dura lección.  

twitter : @mauricio181212