En 2006 nació el bloque de los BRICS compuesto por Brasil, Rusia, India, China y poco después Sudáfrica. Hace 17 años, el contexto internacional estaba marcado por el desastre de la guerra en Irak a la que Estados Unidos se había lanzado pasando por encima del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, omitiendo todas las advertencias del jefe de misión del sistema ONU en Irak, Hans Blix, y siendo China y Rusia sus más visibles contradictores en el organismo. La alusión al momento histórico no es fortuita, pues el protagonismo de los BRICS ha sido directamente proporcional a la pérdida de legitmidad de Estados Unidos y de Europa en el escenario internacional.  Los BRICS son un foro constantemente sometido a las críticas y al esceptisismo de quienes consideran que se trata de una propuesta más entre la larga lista para reivindicar los intereses del Sur Global, pero como ha ocurrido con otros espacios ha pasado de la generación inmediata de múltiples expectativas a una paulatina intrascendencia. Sus detractores citan equivocadamente los ejemplos del Movimientos de Países no Alineados (MNOAL) y del G77  determinantes para que la periferia mayoritaria asumiera una posición frente a los dos grandes bloques durante la Guerra Fría y pusiera en la agenda global los temas que más interesaban al entonces Tercer Mundo, pero ignorados por las entonces superpotencias. No es casual que quienes tiendan a despotricar de este tipo de iniciativas, caigan y reproduzcan el falso lugar común de que las instituciones internacionales no sirven para nada, empezando por Naciones Unidas. Tal lectura solo refleja ignorancia sobre el papel determinante la multilateralidad en el desmonte de conflictos, la generación de consciencia sobre temas que hoy son trascendentes y que a los Estados ni siquiera importaban (desarrollo sostenible, medio ambiente, enfoque de género y migraciones, entre otros), el desarme nuclear, la descolonización o la presión para hallar soluciones a la inseguridad alimentaria, por solo mencionar algunos.

Los BRICS reflejan la crisis de la hegemonía occidental y el desprecio de Estados Unidos y Europa por el Sur Global, al que han visto con condescendencia y sin tomarse en serio. La pandemia mostró la peor cara del norte industrializado con Estados que suelen soltar discursos grandilocuentes sobre la igualdad y los derechos humanos en espacios multilaterales, pero que no tuvieron reparo en comprar dosis de vacunas que largamente excendían sus necesidades, como en el caso de Canadá (compró vacunas equivalentes a cinco veces su población), acaparando un bien de un valor incalculable y privando a varios Estados pobres de su acceso en momentos en que no había espera. Los BRICS -sin la reciente ampliación- representan el 40% de la población mundial y el 20% del total del PIB global. Imposible no tomarse en serio un bloque que ha resurgido en medio de la guerra en Ucrania escenario de nuevo de la peor cara de los Estados más desarrollados que pretenden imponer su agenda  y, como en las épocas mas aciagas de la Guerra Fría, aspiran a consolidar un bloque de apoyo bélico a punta de chantajes. Poco importa la inseguridad alimentaria que aqueja moderadamente a 2400 millones de personas (29% del total de la población) y de forma crítica o grave a más de 700 millones, o el retraso indefinido de la transición ecológica para responder al calentamiento global que afecta de forma más certera a los países pobres. El Sur se cansó de advertir sobre los efectos de las sanciones unilaterales que castigan a los más vulnerables mientras que rara vez tocan a los políticos. Por eso, no es un dato menor que el bloque se haya ampliado a Arabia Saudí, Argentina, Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes Unidos. Críticos de medios conservadores como Financial Times o Infobae ya han hecho saber que el bloque no ha conseguido (ni conseguirá) nada, apoyándose en Jim O’Neill creador del acrónimo y a quien arbitraria y equivocadamente designan como «padre del foro» y quien ha considerado la idea de una moneda común para desdolarizar el comercio internacional como «ridícula».  Basta recordar que el nivel de las reservas internacionales del mundo en dólares se encuentran en su punto más bajo en 25 años (59%) y que la transacciones comerciales en yuanes o renminbis se duplicaron en los dos últimos años alcanzando el 4,5% del total.

Es obvio que el avance a un mundo multipolar no ocurrirá en el corto plazo, pero es innegable la crisis del sistema desde hace por los menos 20 años. El abuso del recurso a la fuerza para intervenir en países del Sur Global (Afganistán, Irak, Libia), las contradicciones cada vez más patentes de un sistema financiero que privilegia la generación de riqueza a partir de la especulación (y no del trabajo), y el retraso indefinido de la canalización de recursos a temas sustanciales como el desarrollo sostenible, la seguridad alimentaria o la transición energética dan cuenta de un sistema cada vez más agotado y de un cambio que, si no es inexorable parece al menos deseable.

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