Giovanni Acevedo, escritor bogotano, columnista de opinión, asesor en asuntos políticos.

Entiendo la importancia del uso responsable, cotidiano y amigable de la bicicleta, no estoy en contra de ella, ni de los patrocinadores de su uso. Estudié y trabajé un tiempo de mi juventud en una ciudad capital de un país al sur del continente, mi residencia, mis clases y mi trabajo convivían en el mismo sector, lo que hacía que mi movilidad resultara solidaria y acorde a la exigencia de una ciudad que se acomoda constantemente a los avances y necesidades de sus habitantes. Decidí entonces comprar una bicicleta a cuotas, un buen amigo italiano fue el vendedor. Sobre las dos ruedas y el marco negro conocí Bueno Aires.

Ya no vivo en la ciudad porteña, aunque quisiera vivir en ella los meses más fríos de su calendario. Mis responsabilidades laborales, académicas, sentimentales, fanáticas y ociosas me obligan, por ahora, a vivir en Bogotá, mi querida Bogotá, Aquí no puedo de ninguna manera utilizar la bicicleta como medio de transporte, puedo hacer uso de ella deportivamente los domingos, los festivos, pero no como principal medio de transporte. Y no puedo porque la ciudad lastimosamente no lo permite, aunque el señor Petro diga lo contrario, y sus colaboradores lo apoyen. Utilizar la bicicleta en Bogotá se ha convertido en una amenaza para la integridad del usuario, en todos los sentidos y bajo esta sombrilla no entra solamente la inseguridad por atracos, también los accidentes por imprudencia o por falta de rutas pensadas para este tipo de tráfico.

De lunes a viernes conduzco un carro mediano desde la calle 170 hasta la calle 67 con séptima, todo el recorrido es por la avenida séptima, y durante todo el camino es normal encontrarse con conductores de bicicletas, motos, carros particulares, taxistas y buses del SITP violadores de las normas mínimas que deben implementarse por lógica para beneficiar el trafico bogotano, el uso de las direccionales, que resulta absolutamente básico, es desconocido por gran número de conductores. Todos ya conocemos la forma de moverse de las motos, y de los buseteros y de los taxistas y de los conductores particulares incultos y animales. Ahora comenzaremos a conocer la forma de movilizarse de algunos ciclistas, algunos, porque en realidad no son todos, así como no son todos los taxistas malparidos, así como no son todos los conductores infractores.

En una bicicleta roja, un señor sin casco y sin dientes, se estrelló repentinamente con el baúl de mi carro. No tenía ningún tipo de protección para resguardar su integridad en caso de un accidente como el que acababa de originar. A los que vamos en carro nos exigen el uso del cinturón. El señor, ofuscado porque su bicicleta se había dañado contra mi carro, culpó de toda la escena a un hueco profundo, quiso esquivarlo, no lo logro y la velocidad con la que venía lo impulsó hacia mi carro. Tengo un rayón en mi carro, gracias a la velocidad de la bicicleta roja y al hueco profundo que aún vive sobre la avenida. Lo justo sería que el señor pagara por mi rayón, pero no pagó. Lo justo sería que el señor tuviera sobre la avenida séptima un carril especial para su bicicleta roja, pero no lo tiene. Lo justo sería que sobre ninguna calle existieran huecos profundos, pero existen. Después de ese accidente menor, estoy muy atento a los ciclistas que a falta de su carril propio, se deslizan por entre los carros con gran habilidad y destreza, que en ocasiones resulta inapropiada y peligrosa. Me he dado cuenta que los ciclistas no respetan los semáforos, ni siquiera en la ciclovia de los domingos. No respetan el flujo propio de las calles, no respetan tampoco los cruces ni utilizan los puentes para cruzar de lado a lado. Poco a poco, este montón de ciudadanos, usuarios de las dos llantas se van convirtiendo en una plaga amenazadora en las calles bogotanas. Digo plaga porque son muchos y resultan en ocasiones dañinos. Seguro los que salen los miércoles a pedalear en las noches deportivas, para terminar en Karen´s pizza tomando té y comiendo pan gratuitamente, y se niegan a pagar el parqueadero de sus bicicletas en el sótano de ese bonito restaurante, que les hace amables descuentos, si cumplen con las normas de tránsito y movilidad. Si la bicicleta se convierte en un medio de transporte alternativo con gran demanda y oferta, sería oportuno entonces que sean reglamentados, capacitados y protegidos. Bogotá no es una ciudad segura ni para los ciclistas, ni para los que vamos en carro, ni para los que van en Transmilenio, ni para los que van caminando.

Esta administración ha dejado de lado completamente la malla vial bogotana, el mantenimiento de los ciclorutas, la construcción de nuevos tramos de la misma y la educación ciudadana. En las calles las personas hacen lo que se les venga en gana, olvidan para que fueron construidos los puentes, las cebras, los semáforos, los cruces seguros. A punta de discursos populachos no se logra nada bueno.

No puede impulsarse el uso de la bicicleta sin que los usuarios cuenten con garantías para ese ejercicio. El temor es que se conviertan en una plaga con el paso del tiempo como evidentemente lo son, los conductores particulares, los motociclistas, los taxistas y los peatones incorrectos.

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